Paranoia
A poco de finalizada la guerra civil estadounidense, una diligencia avanza entre el paraje montañoso y nevado de Wyoming buscando evadir una fuerte tormenta y dirigiéndose a un destino incierto. Los paisajes vastos y majestuosos, que solo el formato fílmico Ultra Panavisión de 70mm puede mostrar, en toda su gloria nos hace pensar que Quentin Tarantino, en su octavo opus como realizador, evocará los westerns abiertos propios de John Ford o de su adorado Sergio Leone. Pero los que seguimos a fondo la carrera de este niño terrible de Hollywood sabemos que lo suyo es evadir las expectativas. Una vez presentados los integrantes de dicha caravana (un cazarrecompensas que lleva esposada a una mujer miembro de una banda criminal para que sea ejecutada; un excombatiente negro de las fuerzas del norte, también convertido en cazarrecompensas; y un joven sureño que dice ser el sheriff del pueblo más cercano) la acción se trasladará a una taberna en las afueras de Red Rock, en la que ellos, mas otros cuatro extraños, deberán pasar la noche hasta que aminore la tormenta. De ahí en más la acción no se mueve de ese lugar, y es cuando Tarantino muestra sus verdaderas cartas. Como un globo que se infla hasta reventar cuando menos se lo espera, encerrará a sus criaturas allí creando una olla a presión en las que tensiones de todo tipo (sobre todo las éticas y las raciales) se pondrán a prueba hasta culminar en un baño de sangre y vísceras. Los 8 más odiados, en principio, representa un regreso a las fuentes para el director, ya que tanto la única locación como los choques verborragicos entre los personajes remiten a Perros de la calle, pero al mismo tiempo el film continua con la línea revisionista del pasado que exploró en sus últimos trabajos, Bastardos sin gloria y Django sin cadenas. De esta ultima Tarantino vuelve a retomar la intención política de mostrar una sociedad con un racismo latente y conflictos de clase que aun hoy no tienen solución en su país, aunque afortunadamente en Los 8 más odiados todos los personajes, incluso el que interpreta Samuel L. Jackson. poseen una dudosa moral que tiñe de gris el relato, a diferencia del maniqueísmo más marcado de Django. El verdadero interés pasa por crear tensión y una sensación de paranoia constantes en las que nadie es quien dice ser y un paso en falso puede terminar con una balacera infernal. Las comparaciones con La cosa de John Carpenter son evidentes y no terminan ahí, ya que están los acordes del gran Ennio Morricone y la presencia de Kurt Russell para recordarnos que por más canchero y megalómano que se crea, Tarantino sabe referenciar a la gente indicada. Quizás allí resida su verdadero talento.