El infierno prometido
Tarantino es un onanista, no hay sorpresa ni genialidad en decir esto. La extensión de sus escenas, sus diálogos, y ahora, de sus películas, son claro ejemplo de eso. Es un director al que le encanta saborear su propia mirada y Los 8 Más Odiados (The Hateful Eight) refleja eso. Al mismo tiempo, una especie de homenaje a Perros de la Calle (Reservoir Dogs, 1992) sobrevuela el film. Un encierro, personajes con características peculiares (esta vez no hay colores de por medio), alguien que dice ser lo que no es, violencia y sangre: imágenes ya advertidas del director se revuelven en nuestra cabeza.
Tarantino es un cinéfilo, eso tampoco es decir mucho. Todos vimos cada una de sus obras como “un homenaje a”. Que blaxploitation, que cine de kung fu, que policial hongkonés, que western spaguetti. Los 8 Más Odiados homenajea de nuevo y esta vez le toca a la joya de Carpenter: Enigma de Otro Mundo (The Thing, 1982). La reclusión helada, la paranoia, la mujer en el centro de la escena. En el caso de aquella (también protagonizada por el gran Kurt Russell), la llamaba en su ausencia, en esas fauces monstruosas. Aquí es la razón, el foco. Si Carpenter la utilizaba a través de un maravilloso fuera de campo convirtiéndola en la mujer invisible, Tarantino la pone en el altar, la envuelve, la quiere destrozar.
Tarantino es cruel, disfruta con la violencia gratuita. Otra afirmación que entiende cualquiera que disfruta de la filmografía del director. Esta constante se ve en el destino de Marcellus (Ving Rhames) o de Vincent Vega (John Travolta) en Tiempos Violentos (Pulp Fiction, 1994). O en el de Louis (De Niro) o Melanie (Bridget Fonda) en Jackie Brown: Triple Traición (Jackie Brown, 1997). ¿Beatrix Kiddo (Thurman) en Kill Bill? Ni hablar, su monstruosa historia justifica el tamaño de su venganza. Los 8 Más Odiados presenta en su inicio la figura de Jesús crucificado enterrado en la nieve. Esa imagen subyugante no es casual (nada en el cine de Quentin lo es). Uno vislumbra que está en la antesala del infierno, el purgatorio de esos personajes condenados. Un mundo desalmado, duro e inhóspito.
Samuel L. Jackson es el vehículo perfecto de Tarantino.
Tarantino ama el cine, y uno lo siente en cada plano. Desde ese comienzo en la nieve, tan bello y arrebatador. Un blanco espectral que nos adentra en la gran ilusión. Uno lo sabe desde la elección del formato de filmación, esos gloriosos 70 mm. Imposible no devorarse esas imágenes. Lo entiende desde la selección de sus actores, trabajadores del cine. Entre ellos, Samuel L. Jackson es el vehículo perfecto del director. Quizás el fundamental vigor del actor refleja la pasión que habita detrás de cámara. ¿Los 8 Más Odiados? Es un film de Tarantino. Pero además, aunque mantenga esos vicios (o particularidades) nombrados, se lo siente más certero, menos trivial. En algún punto, Django Sin Cadenas (Django Unchained, 2012) me había resultado un juguete que el director no parecía querer soltar, sumándole chistes y canchereadas excesivas. Se percibía una obligación de romper estructuras, de demoler tabús. En este caso, se encierra, se encoje, se ajusta, pero sin dejar de lado la magnificencia habitual. Sigue siendo Tarantino, le sigue haciendo el amor al cine.