Conciencia del fin más temido
A lo largo de varias semanas, la directora registró el contacto entre enfermos, visitantes, médicos y enfermeras en un centro de cuidados paliativos para pacientes oncológicos. A pesar de lo doloroso del tema, el film muestra un delicado y pudoroso equilibrio.
Tabú de tabúes, podría pensarse que el tema central de Los adioses es excluyentemente el de la muerte, aunque una mirada no tan superficial revela que la vida ocupa el mismo lugar de relevancia que su opuesto complementario. El film de la canadiense Carole Laganière forma parte de un extenso linaje de documentales centrados en la observación cotidiana de una institución y sus habitantes, del cual el cineasta Frederick Wiseman es uno de sus cultores más reconocidos. La tarea de Laganière no debe haber sido sencilla: a lo largo de varias semanas de trabajo registró el contacto entre pacientes, visitantes, médicos y enfermeras en un lugar de retiro muy particular, ya que en la Maison Michel-Sarrazin de la ciudad de Quebec –no tanto un hospital o un geriátrico como un centro de cuidados paliativos– los pacientes oncológicos ya no tienen posibilidad de cura y han elegido ese lugar para pasar sus últimas semanas de vida de la mejor manera posible.La Maison en cuestión es un establecimiento privado sin fines de lucro, modélico por su ambiente y la atención y cuidado del personal, pero lejos está Los adioses de encarnar en video institucional. Acompañada de la documentalista argentina Franca González, responsable del trabajo de fotografía además de coproductora (en una suerte de devolución de favores: la película de González Tótem fue rodada en Canadá y contó con Laganière como responsable en el área de sonido), la realizadora enfoca casi toda su atención en pequeños gestos y palabras, muchas de ellas centradas en la inminencia de la muerte propia o ajena. Riguroso en su puesta en escena, el film es cercano con los sujetos pero nunca intrusivo, temerario e incluso duro a la hora de mirar de frente y llamar a las cosas por su nombre, pero nunca brutal. Ese delicado y pudoroso equilibrio es una gran virtud de Des adieux, documental que presenta al espectador a seres de carne y hueso atravesando dolorosas situaciones reales, alejadas de la representación convencional que las películas de ficción suelen reservar para esa clase de momentos.Una de las pacientes se la pasa fumando en el jardín mientras recibe a algunos familiares; otra mujer, postrada en su cama, acaricia a su perro, llevado especialmente al lugar. “Mi madre se murió a los 95 años y no le ocurrió nada de todo esto, pero por alguien tiene que empezar”, dice en un momento otra paciente cuyo cáncer de mama ha hecho metástasis. Un hombre visita diariamente a su esposa, quien poco a poco parece ir perdiendo la conciencia; la extraña y mucho, según repite en varias oportunidades. De pronto, entre conversaciones, risas, llantos e incluso alguna confidencia, la película registra el paso de una camilla cuyo ocupante ha sido cubierto por completo con una manta, recordatorio de que ése es un sitio al cual la gente ha ido a morir. A pesar de ello, esos pasillos y habitaciones están llenos de vida, allí se forjan los últimos recuerdos y los que quedarán se preparan para despedir a sus seres queridos. La última escena registra los momentos previos al deceso de una paciente, pero no hay en ello ni una pizca de crueldad, apenas dolor y conciencia plena del fin más temido.