Una vez finalizada la proyección todo remite al principio del filme, directamente al título del mismo, lo que podría pensarse como lo más abyecto del mismo.
Lo que dispara es el provecho desde el discurso instalado, pero sólo a partir del texto es que intenta instalarse en el género de la comedia dramática, no lo logra, ni produce sonrisas, ni se instala dramáticamente.
“Los adoptantes” soslaya un tema importante, difícil, que habla de nosotros como sociedad, pero deja en segundo plano lo importante, en la ecuación de la adopción la variable primordial son los niños.
Aquí parece ser que serían los trascendentales las personas que adoptan. Ya lo vimos hace algunos años, en la vida real, cuando alguien se manifestaba estar preparada para ser madre pero que biológicamente no era apta para un embarazo.
El tema está tratado muy superficialmente, ya que lo que termina siendo aquello que impulsa el desarrollo del filme es la relación entre los integrantes de la pareja que desea adoptar y cada uno de sus conflictos personales.
Si a esto mismo se le suma que desde la construcción de la estructura narrativa, con muchas subtramas, el foco queda desplazado, ya no de la adopción sino, y por momentos, de la historia romántica per se.
Martin (Diego Gentile), es un actor, que debe su popularidad por ser el conductor de un programa de televisión de entretenimientos.
Leonardo (Rafael Spregelburd) es un ingeniero agrónomo, propietario de un campo al que lo trabaja desde su lujoso departamento en plena ciudad, el encargado de llevar adelante lo referente al campo en sí mismo es su capataz (Guillermo Arengo), quien tiene la frase más realista de la película.
Ya en la apertura nos informan que Martín y Leonardo son pareja desde hace años, y por sino queda claro quién es quién se llaman por sobrenombres, Martín es Pitty y Leonardo es Oso.
Martín desea adoptar un chico, antes de casarse con Leonardo, esto los lleva a transitar por un trampolín a realizar un doble salto, comienzan los trámites de adopción, el primero apoyado por su familia, está seguro de todo, al segundo las dudas lo llevan a replantearse su propia historia. También es adoptado.
Esto presentara otras subsecuentes subtramas, incluida la de la hermana de Martín, quien residente en Alemania, está de viaje con su pequeño hijo, con motivos aparentemente ocultos. La madre de ambos (Soledad Silveyra) sabe, como toda madre que se precie de tal, que les sucede a sus hijos, lo intuye y lo expresa.
Cuando inician los trámites de adopción conocen a una mujer casada que también desea adoptar, (Florencia Peña), quien con la creación del personaje que realiza termina por ser lo más agraciado del filme.
Que los niños a ser adoptados aparezcan y se pronuncien en su capacidad de elección de nuevos padres, no está explicado ni desarrollado. Dos hermanitos huérfanos a partir de un accidente automovilístico donde mueren sus padres. No es que sea necesario, pero estos niños ¿no tienen abuelos, tíos, amigos de sus padres? ¿Nada? ¿Era una familia sola en el mundo?
Una línea narrativa que le hubiera dado una variable verosímil a todo el texto.
El filme no deja de ser toda una catarata de situaciones ya vistas en infinidad de películas, salvo que en éste caso es una pareja heterosexual.
Por lo cual termina por agotarse en sí mismo y aburrir demasiado.
Con el agregado que todos son buena gente, no hay conflicto social alguno, la realidad social pasa a la vuelta de la esquina.
Ante lo anodino del texto, la falta total de profundizar en los distintos temas que presenta y no despliega lo determina hasta como resbaladizo.
Sin recurrir a pensar en escenas que por innecesarias, pues nada aportan al supuesto conflicto, dan la sensación de mal gusto.
U otras en que todo lo referente a las buenas intenciones que propone el filme se reduce a una frase de una jueza que determina la aptitud para la adopción y manifiesta, frente a Martín y Leonardo, que nunca vio una pareja tan apta para adoptar. ¿Sería su primer caso? El resto de las miles de personas ancladas en los laberintos de la burocracia. ¿No existen?
Pero por otro lado, desde su estructura, se presenta como una producción clásica, con eficiencia en los rubros técnicos, la dirección de arte, la fotografía, hasta la banda sonora. Sustentados en las buenas actuaciones más allá de la pareja protagónica, y a pesar de los estereotipos en los que son encuadrados, destacándose con solvencia Soledad Silveyra, (lastima el poco tiempo en pantalla), y Florencia Peña.
Lamentablemente el guión no los acompaña.
Lo “importante” termina siendo esas idas y vueltas amorosas de la pareja por lo cual, volviendo al título, se lo huele mínimamente como oportunista.