Después de su ópera prima “Antes”, Daniel Gimelberg cambia completamente de registro para volcarse al ritmo de una comedia por momentos, disparatada, pero con un fuerte sostén en un tema de suma actualidad, muy poco abordado por el cine y mucho menos por el cine nacional. Gimelberg se anima a tratar con mucho humor el tema de una pareja gay, Martín y Leonardo que se plantean el hecho de ser padres.
Pasados los diez años de convivencia pareciera ser que ambos se han planteado objetivos diferentes. Mientras Leonardo (Rafael Spregelburd, en un tono de comedia bastante alejado a sus composiciones más frecuentes) románticamente le propone casamiento, Martín (Diego Gentile) confiesa su deseo de ser padre, de tener un hijo.
Sin perder el tono de comedia en ningún momento, el guion del propio Gimelberg junto a Andi Nachon arremete contra un tema con aristas tan controversiales como es el proceso de adopción en nuestro país.
Un proceso de por sí complicado, burocrático, lleno de trabas y limitaciones con esperas de hasta diez años de acuerdo al caso, y negociaciones que padecen los padres para poder ver cumplido su sueño de formar una familia –los tiempos se acortan cuando se adoptan hermanos, niños más grandes o que cuentan con problemas de salud-, situación que se ve doblemente sesgada cuando hay una mirada social que pesa, en forma diferente, sobre las adopciones monoparentales o las que son encaradas por parejas homosexuales.
Presentando a los personajes centrales como opuestos que se atraen, por un lado está Leonardo, un productor agropecuario que deberá lidiar en este proceso con fantasmas de su propia historia dado que él mismo ha sido un hijo adoptivo y que se muestra como el más pragmático y estructurado dentro de la pareja.
Por el otro, Martín, un carismático conductor televisivo de un exitoso programa de entretenimientos con una veta más sensible, más relacionado con el ambiente artístico, quien aprovechará, en cierto modo, su popularidad y el lugar que ocupa en la pantalla para poder llegar a cumplir con su objetivo y su deseo, sin perder el delicado equilibrio que debe sostener con su exposición, su perfil público y su propia ética personal dentro del de una figura que está construida a puro rating. “LOS ADOPTANTES” podría dividirse claramente en dos partes.
Una primera, en donde presentan a nuestros protagonistas y junto con ellos una interesante galería de personajes secundarios, partiendo de ciertas decisiones estéticas y de guion que dan cuenta de una fuerte toma de posiciones, de poder incluir temáticas no frecuentes en el cine nacional –la manera de abordar la intimidad de la pareja, por ejemplo- y de una manera adulta y directa, presentar una comedia claramente LGTB.
A esta primera parte, parece contraponerse una segunda mitad en donde el tono de comedia vira al ritmo de un producto televisivo, todo se vuelve más previsible y todo se le hace más amable para que el público más masivo pueda aceptar la propuesta, haciéndola más cercana a los estilos costumbristas que pueden aparecer, por ejemplo, en un buen producto de la factoría Pol-ka, por sólo poner un ejemplo y de esta forma comienza a navegar por aguas más complacientes.
En esta segunda parte se pierde casi por completo ese riesgo y esa transgresión de la primera, y las situaciones y los diálogos aparecen más sostenidos en estereotipos –incluso en el nivel social en el que se mueven, en las tramas secundarias que completan la historia- que van diluyendo la osadía de haberse animado a poner cierta temática en la pantalla grande.
El oficio de Diego Gentile y de Spregelburd, sumado a la química que construyen juntos, es indudablemente uno de los puntos fuertes que sostienen a “LOS ADOPTANTES”. Por otro lado, dentro del rubro actoral, los secundarios de Valeria Lois, Guillermo Arengo, la simpatía de Radagast y sobre todo la exquisita Soledad Silveyra como la madre de Martín desplegando todo su oficio, hacen que de los pasos de comedia se disparen situaciones de reflexión y que inviten a pensar las reacciones en el seno familiar y de la propia sociedad frente a estas temáticas.
Como contraparte, Marina Belatti y Florencia Peña repiten una vez más psus propios esquemas, con movimientos calcados, que parecen conocerlos de memoria y lamentablemente pierden la oportunidad de dotar a sus criaturas de algo novedoso y más cercano al tono de la propuesta, aunque obviamente son efectivas y funcionales a lo que la trama propone para sus personajes.
Aun con las apuntadas objeciones, “LOS ADOPTANTES” es una comedia que sanamente instala una temática diferente, de mucha actualidad y que intenta cautivar a un público más masivo para que este tipo de propuestas comiencen a socializarse y que no queden circunscriptas a trabajos de cine arte u obras de teatro dentro del circuito off, y esto es, de por sí, algo sumamente valioso.