No, Los agentes del destino (The Adjustment Bureau) no es una película de extraterrestres, si bien en el film existen personajes que no encuadran del todo en la lógica mundana. Lo inquietante del poema citado -y del film, en su premisa inicial- es que nos ubica a todos los mortales como conejitos de indias de algún proyecto idealista que se trama secretamente en alguna torre escondida entre rascacielos. Generaciones a prueba, porque como sujetos aún no estamos capacitados para tomar el timón y nuestra historia no es más que un fallido simulacro, apenas el desordenado ensayo de la Historia verdadera que llegará algún día y que, por supuesto, no podremos protagonizar. “La humanidad no tiene la madurez para controlar las cosas importantes”, dice por allí un personaje del film, resumiendo el principio rector de esta organización clandestina que monitorea los horizontes de hombres y mujeres.
Pero no, tampoco se trata de la Matrix ni de rostros que nos amonestan desde cristales líquidos. Ellos, los agentes de esta empresa, quieren pasar inadvertidos. Alegan que los necesitamos para reencauzar nuestra razón, pues de lo contrario no podríamos evitar la autodestrucción. Y aunque algunos resulten pedantes y amenazadores, hay otros que son buenos tipos. Les creemos porque los sentimos de carne y hueso, a pesar de las líneas increíbles que a los actores les toca pronunciar. Son algo así como ángeles de la guarda vestidos de traje. Burócratas del devenir. Algunos son soñadores, otros son cínicos, otros están más hartos que oficinistas kafkianos. Su tecnología se reduce a una especie de guía Filcar que indica los trayectos y encrucijadas vitales de cada persona: allí donde el deseo complica el camino hacia la meta predeterminada, el mapa lanza una señal de alerta. Estos funcionarios, sin embargo, son falibles como cualquier hijo de vecino. Al comienzo del film, uno de ellos se queda dormido en el banco de una plaza y no llega a tiempo para cumplir su tarea. El error tendrá repercusiones ingobernables, ¿pero quién dijo que un ángel guardián no tiene derecho a echarse una siestita de vez en cuando?
La idea, decididamente genial, se la debemos a Phillip K. Dick y su cuento “Equipo de Ajuste”. El realizador George Nolfi cambió el rol del protagonista central (en el film es nada menos que un potencial presidente de Estados Unidos) pero logró filtrar en la pantalla el encanto sabiamente juguetón del relato original. Más allá de la acción y la tensión y los vericuetos fantásticos, si algo se desprende de The Adjustment Bureau es una profunda ternura y una seria confianza en la voluntad de los seres humanos para transformar sartreanamente aquello que han hecho de nosotros. En el fondo, se trata de cuidar el motor íntimo y esencial de cualquier historia y de la Historia, ese metal precioso llamado libre albedrío, un arma que sigue siendo inalienable y bien concreta a pesar de un sistema biopolítico empecinado en convertirla en quimera.