Error de cálculo
Algunos relatos del escritor Philip K. Dick han sido llevados a la pantalla grande con resultados adversos y muy dispares. Por caso, Blade Runner sea entre otros proyectos -como El vengador del futuro o Sentencia previa- la más completa y acertada traspolación del universo de este autor de ciencia ficción. Es por ello que Agentes del destino (pésima traducción local para The adjustement bureau) es más que una sencilla película que mezcla acción con historia de amor como anticipa el trailer de promoción, más allá de torcer el rumbo del relato hacia ese cómodo lugar explotando las figuras de Matt Damon y Emily Blunt que se la pasan corriendo por las calles de Nueva York.
Fiel a los tópicos del escritor, el elemento fantástico dominante no es otro que el tiempo y su cara menos visible: las causalidades y las casualidades. De ahí la confrontación básica con la idea de lo predestinado como parte de un plan universal en constante tensión irresuelta con la libertad, el libre albedrío y la voluntad, expresada en lo que se hace y se deja de hacer por amor.
Ese coctel de ideas bien trabajadas por el guión de George Nolfi, quien también debuta en la dirección, eclosiona en la apacible vida de David Norris (Matt Damon), un joven y pujante aspirante a senador de Nueva York que por un desliz de su vida personal pierde las elecciones y su carrera política se ve seriamente afectada (cualquier similitud con la vida política de un saxofonista que gustaba de becarias horripilantes es mera coincidencia). Sin embargo, en el mismo instante que ensaya su discurso admitiendo la derrota conoce a una sensual joven, Elise Sellas (Emily Blunt), aspirante a bailarina profesional, por quien siente una terrible atracción pero un hecho fortuito los obliga a separarse y pierde el rastro de ella.
En paralelo, un grupo de hombres con sombrero (símil Hombres de negro) ultiman detalles para proseguir con un plan, cuyo encargado Harry tiene encomendada la tarea de provocarle a Norris un accidente doméstico en una hora y lugar exactos. Pero eso no pasa y entonces el protagonista vuelve a encontrarse con su musa Elise en un medio de transporte hasta que otra vez se separan al llegar a destino pero esta vez promete contactarse.
Su decisión de volver a verla interfiere directamente con los planes de los hombres del sombrero que no tienen otro remedio que amenazarlo con un reseteo completo de su memoria si es que persiste en su búsqueda desoyendo que el destino no los quiere juntos.
Sin anticipar más que esta introducción -por obvios motivos- puede decirse que la compleja trama incorpora a esta sencilla historia de amor imposible varias capas de subtramas que paulatinamente irán desnudando la idea del título original: existen unas personas encargadas de mantener las coordenadas espacio temporales para que las cosas se produzcan y los destinos de cada uno se cumplan a rajatabla. Sin embargo, paradójicamente no se puede controlar todo y a todos en cada segundo por lo que se debe ajustar el devenir y al mismo tiempo anticiparse a los cambios.
En esa lucha contra el tiempo y la predestinación se involucra Norris y su persistencia de ir contra los mandatos que le ordenan detenerse en lo que podría simbolizar nada menos que la batalla existencial de un individuo contra todos aquellos preceptos que lo determinan como tal y coartan su margen de decisión cuando eleva la apuesta a la autodeterminación.
Lo más interesante de la propuesta es el despojo de maniqueísmos en la construcción de los personajes dado que no hay villanos o buenos que libren una guerra sino dos modelos filosóficos en pugna pese a un simplismo referencial poco feliz con la concepción de un Dios que mueve sus piezas en un gran tablero.