David Norris es un candidato a senador con un pasado más que traumático por la pérdida de su familia completa a corta edad, pero con un futuro absolutamente delineado, tanto por él, como por sus representantes de prensa y publicidad.
Un error de complejo de Peter Pan (su negación a crecer), y signos de una falta de madurez y alocamiento, produce un fallo en sus cálculos por ganar las elecciones, hecho que desata tal estado de nerviosismo en Norris que se encierra en un baño a practicar su discurso de perdedor. Es allí cuando, de uno de los cubículos, sale Elise Sellas con una botella de champagne intentando escapar a sus problemas.
El flechazo es inmediato y el amor no tardará en llegar… Mientras tanto un grupo de personas de traje y sombrero (que parece un detalle menor pero no lo es en absoluto), manejados por un titiritero en las tinieblas, controlan el destino de la humanidad y el caso de los enamorados no será la excepción: existe un plan que se debe cumplir a rajatabla y que trae consigo el designio de que David y Elise deben estar separados. El candidato a senador se dispondrá a dejar todo por su sueño de ser feliz junto a la mujer que ama.
El control del destino y el libre albedrío son componentes de temáticas recurrentes en el cine, sobre todo en la industria norteamericana. En este caso, sin mayores innovaciones exceptuando las técnicas en lo que a efectos especiales refiere Los Agentes del Destino plantea un acercamiento a la cuestión de la decisión que avoca a filmes de todo tipo desde un “tomar prestado” con una libertad argumental admirable: Desde los recorridos, pasillos y puertas de la segunda entrega de la trilogía Matrix (The Matrix: Reloaded, EE.UU 2003) y sus juegos edilicios y espaciales, hasta el reprogramming mental de El Origen (Inception, EE.UU 2010), pasando consecuentemente por el mejor, pero no mejor imitado, Amenazar y su intrincado control de la vida y conciencia en Abre los Ojos (Abre los Ojos 1997).
Los Agentes del Destino abre el juego a un reproductivo Matt Damon y su constancia en el papel encarnado en Más Allá de la Vida (Hereafter, EE.UU. 2010), y una Emily Blunt que escapa a los roles anteriores para sumergirse en una frívola bailarina con pretensiones liberales e incluso cómicas, que hace agua respecto del avance narrativo.
La obsesión y la confusión con el sentimiento amoroso dan que hablar en este nuevo filme de George Nolfi, guionista de otras obras con Damon cual fetiche como en Bourne Ultimatum (EE.UU. 2007) y La Gran Estafa II (Ocean`s Twelve, EE.UU 2004); llevando al protagonista a resolver su complicado pasado y la lucha por un prometedor futuro enfrentando a su vez, el riesgo de perderlo todo por el objeto del deseo.
Une cuestión psicológica poco explotada, es el cruce en las decisiones, es decir y que se entienda, Norris deposita su más profundo deseo en Elise contraponiéndose a la posibilidad de perderla y luego del conocimiento del designio de quien escribe la historia, hecho que plantea dudas que contradicen las conductas primigenias de un Damon que no se afirma al perfil de su personaje y se entrega a la dualidad de voces que emergen de su falta de postura.
La razón como dominante del sentir, ¿o es acaso lo inverso, aquello que nos desea inculcar el guión y la visión directiva con su nebulosa narración? La falta de empatía define la cuestión, más allá de lo explícito por un off que reafirma o se olvida de reafirmar el camino para que no haya lugar a planteos disímiles e intenta plantarse sobre una de las bifurcaciones que ofrece el progreso de la historia.
El miedo al no-entendimiento condiciona lo cinematográfico, circunscribiéndose a la repetición y a la inclusión de diálogos innecesarios que nos apelan al sendero de lo que se deseó materializar. Una vez más, las líneas injustificadas nos remiten al trabajo de Christopher Nolan, quien en su afán por contar intrincados y ornamentados cuentos, termina cayendo en la redundancia inútil que hasta llega a subestimar el entendimiento del espectador, perdiendo terreno en lo plenamente visual, en lo plenamente artístico, en aquello capaz de abrirnos puertas en pasillos oscuros a mundos de claridad fílmica y no por eso cayendo en la media de la dirección “normal”, si es que existe una normalidad.
El referente técnico arrastra a una historia que, planteándose al debate previo, podría rendir frutos más provechosos, al igual que la búsqueda del impacto por medio de efectos, crea espacios vacíos que dejan traslucir errores como la presencia del hardware dentro del cuadro.
Pero, así y todo, Los Agentes del Destino, no deja de ser una obra entretenida muy “made in Hollywood” que se presta al disfrute simple, sin mucho replanteo a las posibilidades que continúa ofreciendo el séptimo arte.