Marco Berger se supera. Para aquellos que entre bromas siempre hablan del “plano bulto” o se refieren a la reiteración de algunas temáticas en sus películas, en “Los Agitadores” potencia sus ideas con una precisa radiografía de jóvenes de una clase acomodada.
Una casa veraniega. Las fiestas. Amigos. Música. Calor. Deseo. La narración de la propuesta avanza desandando los pasos de cada uno de los personajes, y, también, la tensión in crescendo entre tres de ellos, que, por lo que se va revelando, algo más que una amistad se esconde.
Hay planos detalles, y también acompañamientos, que sirven para acentuar, justamente, las líneas que disparan el conflicto central de la película
Con música, sábanas, agua, sol, Berger desnuda a un grupo de jóvenes, una “manada” que, entre juegos de seducción, alcohol y drogas, terminarán por reflejar, de una manera precisa e implacable, un estado de cosas inalterable.
Aquello que la sociedad patriarcal determina, y que imposibilita la verdadera interacción entre sujetos, permite que Berger desarrolle una profunda reflexión sobre la construcción de la identidad masculina, en donde ser distinto
Berger desnuda los cuerpos, los acerca, amucha, para demostrar que los disfraces, muchas veces, sirven, hasta cierto punto, de coraza, para, luego, abrir el juego hacia una verdad que no puede ocultarse, pese a que los deseos y el intercambio sexual con el sexo opuesto intente apaciguar esa virilidad que explota en cada roce.
“Los Agitadores” cuenta la intimidad de un grupo que no entiende el cambio de época y que entre risas intenta ocultar un deseo natural e irrefrenable, el de explorar la sexualidad sin ceder a presiones que sólo profundizan una obligatoriedad tácita que ya ni siquiera debería mencionarse.