Los olvidados de siempre
No es para nada novedoso que todo se resignifica cuando se contrapone la idea de mirar con la de ver. No son sinónimos, sino todo lo contrario porque ver implica entender y entender conlleva implícitamente la premisa de abandonar la indiferencia. Eso es lo que hace Pablo Oliverio con su documental Los amantes indigentes. Ve la realidad con la que se encuentra cuando sale a caminar por la avenida Corrientes, contraste inefable de la diferencia de clases solamente desde la constante oferta de las vidrieras y los transeúntes que pasan y miran.
Pasen y miren, compren, sean felices por un segundo, mientras tanto algunos viven en situación de calle y miran la película desde otro lugar. Anhelan las mismas cosas, pero se contentan con ese intersticio como voyeur en un acto colectivo. Belu y Fer tienen 20 años, se conocieron en la calle y tratan de sobrevivir sin perder el amor y apostando a un futuro distinto. Se dejan mensajes escritos a mano en distintas ubicaciones, comen lo que pueden de la basura y a veces Fer consigue alguna changa además de las monedas que pide con respeto a cada uno que pasa. Su pasado de paco y una desitoxicación complicada deja un espacio emocional con la cámara, que durante toda la noche se encarga de documentar su rutina.
La dialéctica del montaje es funcional a la idea del contraste y bien manejada por el realizador, quien parte de la clausura explícita del regodeo y la estigmatización para encontrarle un peso a la urgencia que se aleje de la asfixia mediática. Lo logra y por eso su obra merece ser vista.