Almodóvar vuela bajo
Algunos espectadores y críticos de cine llevaban reclamando a Pedro Almodóvar que volviera por la senda de la comedia loca y desenfedada que tan buenos resultados le habían dado desde Mujeres al borde de un ataque de nervios.
El detonante que llevó al director manchego a decidirse por reverdecer viejos laureles cómicos y filmar Los amantes pasajeros fue sin duda la escena de Chicas y maletas, la película que el protagonista de Los abrazos rotos estaba filmando mientras vivía su drama personal. En dicha secuencia, Carmen Machi interpretaba a Chon, un personaje que se encuentra en una situación desesperada tras haber sido abandonada por su pareja.
Bien sea por el buen funcionamiento del timing cómico de aquel momento o bien por la necesidad del realizador de acometer empresas menos complejas, tras el agotamiento que le supuso la densidad melodramática de la estupenda La piel que habito, lo cierto es que ahora nos presenta un ejercicio decididamente desenfadado y alegre en el que el cineasta se toma la licencia de dar rienda suelta a su vis más desinhibida y espontánea.
La trama gira entorno a un grupo de variopintos pasajeros y tripulantes de un avión llamado Chavela Blanca -en homenaje a la cantante mexicana recientemente fallecida- que se dirige a México pero que, debido a dificultades técnicas como la avería en el tren de aterrizaje, en realidad no para de dar vueltas en círculos por Toledo. Al verse al borde de la muerte, tanto unos como otros se sienten inclinados a revelar los asuntos más íntimos de su vida.
Así encontramos un rosario de personajes al límite que van desde un trío de azafatos homosexuales (sin duda lo mejor de la película en relación al resto de los personajes), que no paran de beber desde los créditos iniciales (tal y como hacía el inolvidable camarero de La fiesta inolvidable, de Blake Edwards); pasando por la diva caprichosa y el empresario corrupto de turno; una vidente que aún es virgen y una pareja de recién casados que se disponen a pasar su luna de miel en tierras aztecas.
El resultado final de su atípico periplo queda un tanto deslavazado por una falta de frescura y transgresión que acaba por pasar factura al conjunto. El guión no es tan divertido como se pretende y los aciertos son más bien aislados, aunque cuando éstos se producen el disfrute del espectador alcanza picos de hilaridad, como sucede en el playback de la canción I´m so excited, de The Pointed Sisters (uno de los himnos gays por excelencia), coreografiado para la ocasión por la famosa bailarina Blanca Li en la que Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo demuestran con creces que son buenos actores.
En cuanto al resto del elenco, podríamos afirmar que no todo el reparto está a la altura de las exigencias. Algunas de las subtramas no funcionan para nada y los actores que las interpretan las sufren y de qué manera. Es el caso de Guillermo Toledo, Blanca Suárez o José María Yazpik, quienes lucen en sus roles demasiado encorsetados. Por el contrario, tanto unas muy divertidas Lola Dueñas y Cecilia Roth como esa pareja de pilotos bisexuales a los que dan vida Antonio de la Torre y Hugo Silva sí que parecen haber captado la inención del director de pasárselo bien sin pretensión alguna.
Algún cameo de famosos consagrados (Antonio Banderas, Penélope Cruz, Paz Vega...) y unas gotitas de crítica social contemporánea, tampoco sin cargar demasiado las tintas, completan la esencia de un film tan liviano como olvidable.
Lo mejor de Los amantes pasajeros, sin dudarlo un instante, es la escena en que los azafatos cantan y bailan I´m so excited, mientras que lo peor con diferencias es que intenta ser transgresora pero nunca lo consigue.