Como dejarse llevar por el caos
Con un montón de personajes en un viaje en un avión, Almodóvar volvió. Y volvió más que en Volver , en la que volvía a su cine Carmen Maura. Acá Almodóvar vuelve a los ochenta, a la comedia, a los caprichos, a los gustos convertidos en marcas de autor, a la capacidad de organizar el caos, o más bien el desorden, o a dejarse llevar por el caos de los deseos. Los amantes pasajeros tal vez pueda ser vista como un "run for cover", ese ir a lo seguro del que hablaba el maestro Hicthcock, esa película de resguardo para hacer luego de haber ido lejos, luego de los riesgos. Sin embargo, da la sensación de que, en el cine de hoy, en su circulación de marcas autorales (o del autor como marca previsible), dar un volantazo luego de la sordidez de sus intensísimos melodramas anteriores ( Los abrazos rotos, La piel que habito ) era más riesgoso todavía.
Para evitar otro riesgo, el de ser malinterpretado, Almodóvar abre esta película con una situación muy absurda, en la que Penélope Cruz y Antonio Banderas (en dos brevísimos papeles) viven un melodrama de pacotilla hablado en un andaluz extremadamente ridículo. No habrá gravedad en esta película: si hasta el "accidente" inicial con sangre es una pavada, y el tecleo del teléfono es ostensiblemente torpe. Lo que verán a continuación -parece decir Almodóvar- es otra cosa, es un poco de esa otra cosa chirriante, colorinche, sexual, porosa, españolísima, que podía hacer Don Pedro en los ochenta. Claro, son Españas distintas, y se abren distintas lecturas detrás de la acción, del baile, del sexo (que llega un poco tarde y que podría haber sido más desatado), y hay algo de la alegría que por momentos es euforia (el baile de "I'm So Excited") que no termina de ser completa, porque hay algo así como un desajuste: ese destape, esa apertura democrática, esos gestos libertarios quedaron en el pasado. El presente es más plano, y no por nada la acción transcurre a miles de metros del suelo y la acción principal en la tierra es un intento de suicidio. Así y todo, Los amantes pasajeros es la película más feliz de Almodóvar desde ¡Átame!
Algo de esa felicidad tiene que ver con su modo narrativo despreocupado, que es a la vez su principal defecto, su aspecto un poco inconexo en los primeros minutos: la película necesita presentar muchos personajes para ponerse a andar. A andar, bueno, a fin de cuentas a permanecer en el mismo lugar: pasan muchas cosas, pero el recorrido es más bien individual, ya no colectivo. No es el grupo lo que importa en la película a pesar de la concentración casi exclusiva en un espacio y de compartirlo, es la pareja, o el trío: son promesas más realistas, nada demagógicas. Y Los amantes pasajeros busca en donde sea el parche que se necesite: sexo, alcohol, pastillas, todos elementos presentados aquí como livianos.
Los engranajes del deseo es uno de los temas centrales de Almodóvar. Un tema que nunca se fue, pero que vuelve en formas carentes de gravedad: si hasta el sexo no consentido -al menos al principio- con alguien dormido se ve de forma gloriosa, con pelos contentos en ralenti . Hay pocas consecuencias en Los amantes pasajeros , película de segundas oportunidades: la gravedad está en otro lado, no en las coordenadas de esta película levemente flotadora.