Tras años de romances con el drama, Pedro Almodóvar anunció con bombos y platillos que regresaba al género de su florecimiento cinematográfico. Los amantes pasajeros busca el tono, los colores, el caos y los guiños de esos primeros filmes del manchego que marcaron su estilo en la década de 1980: Mujeres al borde de un ataque de nervios o Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. La nueva aventura reúne esas marcas de sus antojos "almodovarianos": es caprichosa, estridente, directa, extrovertida. Y retro, con varios guiños a la década que lo vio florecer. Pero esos rasgos que dan identidad a su filmografía están aquí cosidos con hilo grueso.
Un vuelo parte de Madrid rumbo a México con un surtido de personajes diferentes. Tres azafatos gays (Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces) son los encargados de tranquilizar a los pasajeros cuando los pilotos les anuncian que por una emergencia deben buscar una pista alternativa. Entre los viajeros hay una dominatrix madura (Cecilia Roth), una virgen adivina (Lola Dueñas), un empresario corrupto que está huyendo de España (José Luis Torrijo); un actor en su época de ocaso (Guillermo Toledo).
Los amantes pasajeros es una historia coral, pero da la sensación de que a este coro le faltó ensayo. En este contexto, Javier Cámara es casi un héroe interpretativo, que encuentra los matices expresivos justos en su personaje, desde la comicidad a los rasgos dramáticos; Lola Dueñas le da el tono ingenuo preciso a su vidente, y en manos de ambos están las mejores escenas y los momentos más sólidos.
Pero el resto del elenco se disuelve entre personajes poco logrados (la intensidad de Cecilia Roth en Todo sobre mi madre es inversamente proporcional a su desempeño en esta comedia), otros apenas dibujados (Ricardo, el actor que se debate entre dos mujeres, aunque la historia se pierde a la mitad) y otros que parecen estar ahí para cumplir con la corrección de "mostrar" algo de la crisis española (el empresario corrupto que huye).
Ante la inminencia de una caída libre, todos se entregan a una delirante explosión de alcohol, sexo desaforado y confesiones tristes, como un estallido de últimos deseos y redenciones.
Y si bien hay algunos momentos en los que el "efecto Almodóvar" se enciende, en otros la dinámica se ralentiza, el caos ahoga el sentido, la tragicomedia no conmueve ni hace reír. En esas desprolijidades del guion y la dirección naufragan minutos enteros de Los amantes pasajeros, así como en algunos caprichos (desde los movimientos de cámara a las actuaciones). Queda la sensación de que esta era una buena idea a la que le faltó trabajo para levantar vuelo.