Desde hace años que la carrera de Pedro Almodóvar se encuentra en un momento álgido, con su perfil como uno de los directores internacionales más reconocidos y con una serie de películas, una mejor que la otra, que confirman su buen pasar. Volver, Los Abrazos Rotos y La Piel que Habito, las tres últimas, han sido proyectos destacables que lo sitúan en lo más alto de la ola, no obstante no es hasta la llegada de Los Amantes Pasajeros que se nota verdaderamente una suerte de techo creativo. Es que no es simplemente otro trabajo del realizador manchego sino que es su primera comedia en más de dos décadas, la cual implicó una fractura total del cobijo dramático bajo el que estaba refugiado para recién abrirse al humor en el cielo.
Para hablar de un proyecto similar a nivel género en su filmografía hay que remitirse a Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), por lo que una comedia hilarante que tenga el sello del español no es cosa menor. La sonrisa de Tanatos despierta a Eros, la posibilidad de mirar a la muerte a los ojos lleva al punto de ebullición a todo tipo de pasiones entre los tripulantes y los pasajeros de la primera clase –bien se podría plantear alguna cuestión respecto al discreto encanto de la burguesía, aunque posiblemente la decisión tenga que ver con economía de personajes-. El amor, la familia, el engaño, el sexo, el alcohol y las drogas, todo junto se mezcla en la forma de una explosiva Agua de Valencia que puede gustar o no, pero que hará del vuelo una verdadera fiesta.
Almodóvar tiene dificultades en abandonar el drama y su humor festivo presenta descensos forzosos en ese terreno. La historia que se desenvuelve entre Guillermo Toledo, desde el avión, con Paz Vega y Blanca Suárez, en tierra, supone un denso banco de niebla en que la película se adentra y que le impide ver el rumbo con claridad. La misma necesita de varios minutos de pantalla para desenvolverse y cada uno de ellos la muestra como un elemento ajeno a la trama, con personajes que parecen creados exclusivamente para esa situación y nada más, solo para agregar un componente trágico a una trama que no lo necesita por desarrollarse en un vuelo con posibilidades de estrellarse.
El director parece tener algo que decir y lo hace con sutileza, porque Los Amantes Pasajeros ofrece una suerte de pincelada sobre el panorama español actual. Más allá de la metáfora del avión que se estrella, hay un empresario que estafó a miles de personas e intenta escapar, una mujer de apellido "Boss" (la jefa, una Cecilia Roth medida cuando corresponde y desatada cuando lo necesita) que trabaja de dominatrix y tiene por clientes a los hombres más importantes del país entre los que no se cuenta el Presidente y de forma permanente se espera un contacto de afuera –el control, los que saben y pueden indicar a quienes conducen la nave cómo manejarla- que les diga qué hacer.
Para terminar de definir su producción cuenta con un trío de auxiliares de vuelo abiertamente gays interpretados con frescura y mucho picante por los muy buenos actores que son Javier Cámara, Carlos Areces (Balada triste de trompeta) y Raúl Arévalo (También la lluvia), que resultan en lo mejor que la película tiene, así como también con una extravagante Lola Dueñas que nuevamente se repite en cámara. De seguro habrá quienes planteen sus reparos respecto a la forma en que los primeros son interpretados, pero si el foco se va a poner sobre tres sobrecargos hombres en una comedia, la elección es evidentemente correcta, especialmente cuando no dejan de ingerir drogas o alcohol, hablan de sexo en forma constante y van a cantar y bailar I’m so Excited de The Pointer Sisters, en lo que es el punto más brillante de la película.