Después de los guiones intrincadísimos y el drama persistente de La piel que habito, Los abrazos rotos, La mala educación, Almodóvar simplifica la ecuación. Ese reduccionismo tiene que ver con los orígenes. Los amantes pasajeros es, comparado con esos filmes complejos, apenas un divertimento. Pero claro, hay gente que sabe divertirse y gente que no. El cineasta español se anota entre los primeros. Quizá por escuela ochentosa, o por comenzar a estar “de vuelta de todo”, o sencillamente porque de esto de cine sabe un poco, su película “pequeña” (la de ambiciones moderadas y homenaje a un destape superado décadas atrás) se convierte en un vuelo divertido.
Sean todos bienvenidos. Abróchense los cinturones. Lo de vuelo es una metáfora obvia pero eficaz: el film muestra apenas una larguísima escena a bordo de un avión descontrolado. Con sólo una escala narrativa, por medio de una secuencia en tierra (los minutos más flojos, que importan más como aire al guión que por su peso en sí), Almodóvar presenta sus personajes de un modo disparatado. A miles de pies del suelo, la única persona despierta de clase turista llega a cabina para comentar que es vidente y las ve negras para el vuelo. Piloto, copiloto, azafatos y unos pocos pasajeros de primera se enfrentan, con sus estridencias, a la amenaza real de muerte que supone un puente de aterrizaje empacado. Esas estridencias responden al universo-Almodóvar: gays, bi, mulos, drogotas, dominatrixes, alcohólicos. Para todos los gustos.
Zarpada, sí, pero más kitsch que visión de mundo, Los amantes pasajeros resulta un resumen del catálogo de obsesiones de un genial director que supo contar como pocos una década, los 80s, de cambios de la cultura española. Años donde la perversión social (sexo desenfrenado, libertinaje, abusos de todo tipo) fueron la respuesta a un régimen franquista que practicó durante medio siglo otra clase de perversión, relacionada con el horror ¿Cuánto sentido tiene un regreso a ese mundo en pleno 2013? El sentido de lo lúdico, que no es poco. Y Almodóvar no está solo en ese viaje retro. Los siguen las viejas caras que tan fieles le han sido: Antonio Banderas, Penélope Cruz (en papeles efímeros), Lola Dueñas, Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arevalo, Hugo Silva, Antonio de la Torre, Cecilia Roth. Algunos de estos nombres han superado fronteras. Otros se han quedado dentro de España. Alguno puede resultar desconocido para el espectador común, pero bastará con su cara en pantalla para ser reconocido. Lo mejor del cine ibérico continúa orgulloso de filmar con Almodóvar. Es comprensible: con él, la diversión está asegurada.