Entretenidos para no pensar
“Hay que mantenerlos distraídos para que no piensen”, advierte uno de los pilotos a su ayudante de confianza, ante la certeza de una grave avería en el avión con destino a México pero que no puede salir de España, limitándose a volar en círculos, sin poder encontrar pistas de aterrizaje. Una situación límite pero no trágica, porque en manos de Almodóvar es el disparador para una comedia desaforada, ligera y alocada, con el trasfondo lejano de un país sumido en una crisis profunda.
En la tripulación, se perfilan los desniveles sociales, donde la selectiva clase Bussines tiene otras opciones que la categoría Turista, a cuyos hacinados tripulantes deciden doparlos para que durmiendo no perciban el peligro. Entre los miembros privilegiados (que sí tendrán acceso a la información de lo que está pasando en el comando) y los auxiliares de vuelo sucederán (salvo una excepción) los enredos fundamentales, la mayoría dentro del avión y algunos pequeños episodios fuera de él.
Tras las complicaciones del despegue, una buscada comicidad comanda todas las situaciones, alternando entre el esperpento, chispazos de creatividad y el escapismo más desbarrancado.
Ante el peligro, los protagonistas conformarán un pequeño Decamerón contemporáneo con el sello del autor español, donde cada quien apela al sexo, los alucinógenos o la religión como desesperado salvavidas.
Nada nuevo al presente
“Los amantes pasajeros” recurre a los estereotipos y arquetipos del primer Almodóvar que tan genuinamente representó la movida madrileña de los años ochenta. Entre los personajes figuran parejas hétero, bisexuales y sobre todo homosexuales, chicos almodavarianos de pura cepa. También hay quienes se abstienen, algunos momentáneamente, porque no tienen cómo (la virgen espantahombres) y otros como el banquero corrupto, porque parecen haber superado las tentaciones de la carne por otras aún más materiales.
La presencia de Cecilia Roth es casi un fantasma de aquella mítica generación ochentista descontrolada, representando a una veterana actriz que regentea servicios sexuales no convencionales. Con ella se relaciona un sicario mexicano que paradójicamente trabaja como jefe de seguridad. Se suma una pareja de recién casados desentendida de todo lo que no sea el propio placer y un actor de telenovelas que pretende poner distancia con sus amores frustrados. También existe un fugaz y prescindible cameo de Penélope Cruz y Antonio Banderas, como empleados del aeropuerto antes del despegue. Actoralmente, el desempeño del trío Cámara-Areces-Arévalo es lo más destacado, con un espectáculo musical memorable, bailando al ritmo de “I’m so excited”. Con excepción de ese momento descollante, el resto remite a situaciones ya vistas y mejor resueltas en la filmografía del director manchego. La catarata de chistes escatológicos tampoco surte el efecto deseado en la búsqueda obsesiva por arrancar carcajadas y la película resulta superficial cuando esboza algunas pinceladas de brocha gorda sobre la corrupción económica y la crisis española.
El lúdico intento de recrear situaciones similares al destape ochentista se atasca al no fluir naturalmente, derivando hacia el ridículo patético, donde el regreso al cine de provocación que tan bien retrató a los ochenta, ya no aporta nada nuevo al presente.
Con sus hallazgos y sus traspiés, “Los amantes pasajeros” muestra a un Almodóvar menor, en un film lúdico, caprichoso y disparatado, predestinado a ser un título prescindible y sólo para el disfrute de sus seguidores incondicionales.