LO ETÉREO Y LO TERRENAL
Un hombre, dos mujeres, lo que se dice un triangulo tradicional; un fresco de la Brooklyn contemporánea como trasfondo y un nombre algo cursi parecen anunciar una película romántica convencional, casi inofensiva, con un melodrama lineal y salidas previsibles para espectadores cómodos. Pero cada tanto, y eso es bueno, aparecen esos directores que demuestran que cuando todo parece contado lo importante está en la forma de contarlo, la profundidad con la que se abordan los personajes y la capacidad para darle humanidad y originalidad a una estructura que fue explorada hasta el hartazgo. Es el caso de James Gray, director que con unos pocos nombres bajo el brazo ha logrado instalarse como uno de los más promisorios realizadores actuales con un trabajo sobre la expresividad en la puesta en escena que denota un trabajo riguroso sobre el guión, pero también una búsqueda estética despojada del academicismo solemne de otras producciones. Lo que hay en Los amantes es un drama melancólico y algo idílico inspirado en uno de los relatos más personales y singulares del gran escritor ruso Fiódor Dostoievsky, con variantes que ya han trabajado en distintos niveles Luchino Visconti o Robert Bresson al realizar sus adaptaciones. Entonces, habiendo tantas adaptaciones, la pregunta es: ¿Qué tiene para aportar Gray?.
Y la respuesta es mucho. Por sobre todas las cosas está la honestidad de un director que lleva a sus personajes por corredores oscuros y humanos, donde el amor no aparece solamente como algo superficial y carente de sustancia, sino también como una obsesión, una salvación o una elegía desesperada, cargada de poesía. No se pretende saturar de imágenes solemnes esta crítica, con líneas como “la poesía hecha imagen”, tan común a redactores que tienden a reproducir etiquetas y frases sin fundamento visual. Puede que el film no sea una adaptación textual del relato original, pero en los riesgos del guión uno puede soslayar el espíritu de ese realismo romántico que transforma a la brumosa San Petersburgo en los suburbios Nueva York y a la misteriosa Nástenka en la Michelle de Gwyneth Paltrow. Y Gray no se detiene con sutilezas visuales: filma intentando adaptar el carácter romántico del relato, modificando el espacio físico y el clima de acuerdo a la emotividad que transparentan los personajes, como si cada encuadre estuviera cargado de la melancolía romántica que atraviesa la película.
Pero hablamos de ejemplos, y en ellos se encuentra la solidez visual y narrativa de este talentoso director norteamericano. La fotografía fría que invade cada momento del film le da una uniformidad difusa al espacio que se reparte entre habitaciones, calles y muelles, haciendo que este recurso expresivo sea explotado con solvencia, particularmente en los encuentros entre Michell y Leonard (Joaquin Phoenix) donde asoma el color como un pequeño contraste. Esta cuestión pictórica tiende a exaltar encuadres donde la iluminación directa hace de los contraluces una triste postal que se materializa en la historia de manera directa. Lo mismo sucede con la oscura banda sonora, cuya cadencia tiene como fin establecer la inestabilidad de Leonard cuando actúa como leitmotiv.
Pero lo notable esta en los detalles y el trabajo sobre la subjetividad: Leonard no ve a Michelle y a Sandra (Vinessa Shaw) de la misma manera, y el director trabaja sobre eso de manera exhaustiva. Con la hermosa blonda interpretada por Paltrow la cámara es temblorosa, y su introducción resulta mas bien un elemento caótico (una discusión a los gritos con ella fuera de cuadro), con la vertiginosa secuencia en el boliche como una descripción de su mundo, de su personalidad; por otro lado Sandra aparece desde planos fijos a los ojos de Leonard, y su presentación es armónica en una reunión familiar, además de que el movimiento más común es el paneo, sin que haya un movimiento del eje de la cámara. A esto hay que sumar el trabajo sobre como se efectúan los diálogos según cada personaje –el caso de Michelle y Leonard, hablando constantemente por teléfono siendo vecinos se contrapone al de Leonard con Sandra, que hablan directamente en el mismo espacio- y la inserción en off del viento o una tormenta, que detallan sobre la personalidad y los conflictos de los protagonistas.
Pero entre tanto detalle uno no puede olvidar secuencias como la de la azotea del edificio (con ese travelling lateral escurridizo y descriptivo) o el trabajo con el sonido en el diálogo final entre Michelle y Leonard, entre otras, donde se habla del amor como un doloroso anclaje que tiene también felicidad en su contraparte, aunque esta no siempre se materialice. Lo que se dice un film hecho con minuciosidad y amor, eso seguro.