Naturaleza sangre
En la que iba a ser su década gloriosa, Charly García cantaba: "Porque antes que tu madre/ mucho antes que el dolor/ El amor cambia tu sangre". La estrofa de Anhedonia, en Cómo conseguir chicas, ilustra más que bien Los amantes, el film de James Gray. Es allí, en esa cosa que de tan vital se puede llegar a restarle importancia, como si se tratara de la mismísima agua, que varón y mujer se fundan. Y refundan.
Es, acaso, dime cómo amas y te diré quién eres. Es, más allá de hijos y padres, la única situación con probabilidad de exponer y exponenciar la dimensión humana toda. Nada, ni la droga más eufórica, es capaz de ubicar en el estado de bienestar del enamoramiento, etapa idílica e ideal del amor: en ese tiempo los seres resumen todos sus deseos y anhelos, aquello que toda la vida desearon ser; un estado de plenitud que más allá de su verdad, hace creer, como pocas veces en la existencia, que uno es aquello que siempre soñó ser. Nada, ni el calmante más estrepitoso, es capaz de apoltronar en la cama como un mal de amores.
Y sin embargo todos creemos saberlo todo, como con el agua: la desidia por lo que se tiene como un hecho natural. Gray consigue el prodigio de hablar de lo mismo de siempre y llevar a zonas desconocidas. Más propias que del amor y sus teoría, cual un viaje interno, invita a la reformulación de casi todo. Un Joaquin Phoenix que crece actoralmente en forma geométrica lleva el film hacia esos derroteros tan personales que se comparten en una mesa con amigos sabiendo de antemano que nadie entenderá lo que uno, pero que es importante compartir: sólo así nos hacemos tan humanos como queremos, sólo así abrimos a los demás la posibilidad de ser tan hermosamente humanos como nosotros.
En el supuesto triángulo amoroso que Phoenix arma con Gwyneth Paltrow y Vinnessa Shaw, lo único que hay son dudas y aspiraciones del varón; urgencias, deseos de milagro, y una supuesta resignación que también puede ser reelectura de sí mismo. Porque eso también es el amor: el volver a leer constantemente la propia vida, como si fuera un libro que hojea por antojo, pero mucho más por necesidad. El amor produce el estímulo preciso para ir hacia la página inconclusa, hacia la que se leyó una y mil veces pero nunca quedó clara, la que nos hizo felices y la que nos hizo suponer que éramos felices cuando en realidad estábamos cavando la propia fosa; la de la vanidad y la del narcisismo, la de la nobleza y la hidalguía. Los amantes habla de eso, de que el amor cambia tu sangre.