El compromiso con uno mismo En la facultad de sociales se suele diferenciar a los autores más relevantes de acuerdo a etapas de su vida. Así, no es lo mismo el joven Marx, que el Marx maduro, o el viejo Marx, especialmente en su pensamiento. Pero también valen las circunstancias económico sociales que los rodean. Lo mismo vale apara Hegel, por ejemplo, o Kant. Ser el mismo a lo largo de la vida afecta; ver a otro igual siempre no permite entenderlo. La joven Victoria trata un poco de eso. De cómo la que iba a convertirse en la reina más gloriosa de Inglaterra acaso se termina convirtiendo en reina porque no se banca a su madre, y especialmente al amante que se eligió una vez muerto el padre. De cómo aprendió lo mucho que después supo, de cómo tuvo el pueblo en contra y aprendió de esa adversidad para tenerlo a favor. La película se remite a sus años jóvenes, con esa idea falsa pero altamente digerible de que en las decisiones tempranas se trazan los mapas del futuro, negando el milagro, cosa que seguramente en otra película se refutará. Porque de eso se trata este tipo de cine, de reforzar un lugar común (no importa de qué lado de la ideología o del modo de vida se esté) a fin de conseguir la adhesión fácil, cómoda, muchas veces genuflexa, esa que por lo general ofrece la hinchada. No está mal que sea para la hinchada, Más si el trabajo que la genera existe gracias al veredicto público. Pero como esos autores nombrados y como la misma Victoria, lo primero que deberían comprender es que el hincha número uno, de uno, debe ser uno mismo. Sólo así esquivarán los lugares comunes, y tal vez un día consigan esa obra que los vuelva memorables.
Verano de 2010 Lo mejor de la película es la época en la que se estrena: nada como el verano para quedarse colgado de la palmera viendo una peli en la tele, o huir del soporífero clima porteño, aunque sea por un rato, en el cine. En eso, Asesino ninja, gana. Sangre por todos lados (por las dudas no la vea con ropa blanca), una trama poco interesante pero amena (desde hace mil años se roban niños para entrenarlos como despiadados e imbatibles asesinos expertos en artes marciales), y una cantidad sin par de escenas de acción, las menos bien entendidas, el resto con estelas esteticistas que restan antes que sumar. Pues bien, si se tiene el dinero, a disfrutar en el cine, que con esos de las butacas y las pantallas gigantes, no tienen equivalente (sobre todo si se está solo en Buenos Aires y la mayoría de los seres queridos que podrían contener un poco están afuera). Y si no, la casa, siempre protectora, especialmente de uno mismo que no soporta las miradas ajenas que se preguntan qué se está haciendo solo en la casa cuando la calle, ese infierno, está tan pero tan encantador.
Oeste cruel y y sin embargo te quiero Cortita y al pie, como aman decir los que se dicen amantes del buen fútbol cuando quieren ejemplificar si un equipo juega bien o mal. Así es el film de Jeff Nichols. Sin mayores problemas, cuenta la historia de dos familias que tranquilamente podrían ser una si el padre no hubiera abandonado la primera para formar la segunda. En el medio oeste norteamericano, esa región que junto con Texas parece que todavía se arregla todo a los tiros, cuando el hijo mayor abandonado se entera de la muerte de su padre va al funeral a escupir el cajón. Los medio hermanos se enojan y enemistan, prometen venganza, a lo cual los otros prometen más venganza, y ya todos se pueden imaginar el desarrollo. Pues bien, sucede eso, pero en el tiempo preciso (como si lo hubiera, que uno nunca sabe cuál es, pero siempre se da perfectamente cuenta), con los planos justos (vale lo mismo que lo anterior), los tiempos muertos necesarios (ídem). La tensión crece, y en el preciso momento en que uno va a esbozar el andá, más de lo mismo, el film comienza un aterrizaje que nada ni nadie había anunciado. Y con esa sorpresa despeja el fastidio, y con la música (buenísima banda de sonido) relaja para que el espectador se ponga amigo y espere el final. De los más lindos vistos en tiempo, de los más esperanzadores: incluso cuando se siente que ha sucedido lo peor, algo puede hacer remontar todo sin que el camino tenga el sabor de la derrota.
Naturaleza sangre En la que iba a ser su década gloriosa, Charly García cantaba: "Porque antes que tu madre/ mucho antes que el dolor/ El amor cambia tu sangre". La estrofa de Anhedonia, en Cómo conseguir chicas, ilustra más que bien Los amantes, el film de James Gray. Es allí, en esa cosa que de tan vital se puede llegar a restarle importancia, como si se tratara de la mismísima agua, que varón y mujer se fundan. Y refundan. Es, acaso, dime cómo amas y te diré quién eres. Es, más allá de hijos y padres, la única situación con probabilidad de exponer y exponenciar la dimensión humana toda. Nada, ni la droga más eufórica, es capaz de ubicar en el estado de bienestar del enamoramiento, etapa idílica e ideal del amor: en ese tiempo los seres resumen todos sus deseos y anhelos, aquello que toda la vida desearon ser; un estado de plenitud que más allá de su verdad, hace creer, como pocas veces en la existencia, que uno es aquello que siempre soñó ser. Nada, ni el calmante más estrepitoso, es capaz de apoltronar en la cama como un mal de amores. Y sin embargo todos creemos saberlo todo, como con el agua: la desidia por lo que se tiene como un hecho natural. Gray consigue el prodigio de hablar de lo mismo de siempre y llevar a zonas desconocidas. Más propias que del amor y sus teoría, cual un viaje interno, invita a la reformulación de casi todo. Un Joaquin Phoenix que crece actoralmente en forma geométrica lleva el film hacia esos derroteros tan personales que se comparten en una mesa con amigos sabiendo de antemano que nadie entenderá lo que uno, pero que es importante compartir: sólo así nos hacemos tan humanos como queremos, sólo así abrimos a los demás la posibilidad de ser tan hermosamente humanos como nosotros. En el supuesto triángulo amoroso que Phoenix arma con Gwyneth Paltrow y Vinnessa Shaw, lo único que hay son dudas y aspiraciones del varón; urgencias, deseos de milagro, y una supuesta resignación que también puede ser reelectura de sí mismo. Porque eso también es el amor: el volver a leer constantemente la propia vida, como si fuera un libro que hojea por antojo, pero mucho más por necesidad. El amor produce el estímulo preciso para ir hacia la página inconclusa, hacia la que se leyó una y mil veces pero nunca quedó clara, la que nos hizo felices y la que nos hizo suponer que éramos felices cuando en realidad estábamos cavando la propia fosa; la de la vanidad y la del narcisismo, la de la nobleza y la hidalguía. Los amantes habla de eso, de que el amor cambia tu sangre.