La tragedia de un hombre pequeño
El drama sentimental de James Gray es mucho más de lo que aparenta.
Detrás de un entramado grueso, tejido con lugares comunes y simplificaciones de un drama pasional cualquiera, Los amantes funciona -apariencias al margen- en capas secundarias: más sutiles y por lo tanto más eficaces; muchísimo más amargas. Antes que a las desdichas sentimentales y a la inutilidad del voluntarismo para (re)orientar pulsiones, la película de James Gray alude al encierro patólogico de un hombre inmaduro, a su incapacidad para ser mejor de lo que es, a su impotencia para librarse de las ataduras familiares o incluso comprenderlas. La adolescencia eterna es su condena perpetua.
Leonard (notable composición de Joaquin Phoenix) viene de un fracaso de pareja, vive y trabaja con sus padres, y es bipolar. Estos elementos, de melodrama con final aleccionador, le otorgan al filme un punto de vista maníaco/depresivo, una mirada crédula, la de su protagonista, y sensación de asfixia y extrañamiento. En el papel de madre sobreprotectora -aunque, a diferencia de su marido, intuitiva del abismo en que se hunde su hijo- se luce Isabella Rossellini. La estructura es simple. Leonard conoce a dos mujeres casi al mismo tiempo. Una vecina, Michelle (Gwyneth Paltrow), enamorada de un hombre casado que la "mantiene": pagándole el alquiler y prometiéndole un improbable futuro. Y Sandra (Vinessa Shaw, mejor actriz que Paltrow): la candidata familiar a novia de Leonard. Los padres de él son amigos de los de ella, e incluso planean un negocio juntos: para el futuro de una pareja que, obviamente, no puede aspirar a la felicidad ni la autonomía.
En resumen: la historia avanza a fuerza de deseos de lo que no se tiene -y nunca se tendrá-, frustraciones y amores no correspondidos. O, más que no correspondidos, asimétricos, como suelen ser los amores: el de Michelle por su amante, el de Leonard por Michelle y el de Sandra por Leonard. Michelle y Sandra son personajes arquetípicos: Michelle es "la otra", la que se consume en una espera ciega y obsesiva; Sandra, una mujer maternal, que ve en Leonard no sólo a un hombre enfermo sino a un hombre "genuino". Pero la película nos muestra que la autenticidad, en el amor, suele ser un concepto más lábil de lo que querríamos.
Insistamos: el fuerte de Los amantes es mostrarnos el mundo desde la mirada distorsionada de Leonard, desde su sometida relación con un entorno endogámico, desde sus depresiones y sus euforias sin basamento. Una (gran) secuencia en una discoteca nos hace sentir que Michelle está cerca, aunque esté a años luz. Más adelante, ella, convaleciente y desamparada, le demanda ayuda. Pero, cuando entra imprevistamente su amante, le pide a Leonard que se esconda. El hombre resignado se oculta del que debería ocultarse: un espejo duplica a Leonard, el bipolar, en su escondite.
La música, que va desde el tecno hasta la ópera, transmite más que los vaivenes anímicos del protagonista. El edificio en el que viven Leonard, su familia y Michelle es la unidad de lugar: una suerte de "cárcel". Michelle cita a Leonard en la terraza o le habla por teléfono, mientras se muestra desde una ventana interna. Por ráfagas, Leonard parece comprender su destino fútil y se acerca a Sandra. Peor el remedio...: ella es una extensión del mundo del que él quiere escaparse y, además, el "intento" de amar es siempre patético.
Con los elementos del desenlace, Gray podría haber cerrado una mala película: cerró una desoladora. En esa distancia entre el parecer y el ser radica uno de los tantos encantos de Los amantes.