El título internacional de Los amores de Charlotte es Slut in a Good Way, cuya traducción al español sería algo así como Puta en un buen sentido. Se trata de una elección cuanto menos violenta para una película que, si hay algo que no es, precisamente es eso. Por el contrario, la realizadora canadiense Sophie Lorain (Les grandes chaleurs) propone una amable, interesante y respetuosa reflexión sobre la adolescencia y la libertad de los cuerpos femeninos.
Las protagonistas son tres jóvenes a punto de cumplir 20 años con personalidades bien distintas, condición germinal para toda buena comedia. El relato arranca cuando Charlotte (Marguerite Bouchard), quien se define como “emocionalmente dependiente de sus parejas”, es dejada por su novio luego de confesarle que es homosexual. Frente a ese escenario, junto a sus amigas, la libertaria Mégane (Romane Denis) y la algo más tímida Aube (Rose Adam), deciden que lo mejor para dejar atrás el fracaso amoroso es un duelo activo.
Pero nada de ir a boliches, bares ni esas cosas. Las chicas solicitan trabajo en una juguetería cuyo staff tiene chicos jóvenes para todos los gustos. Arrancará entonces un juego exploratorio de seducción, chismes, sexo y amores entrecruzados en el que se irán filtrando las diversas inquietudes -sexuales, pero también las vinculadas con el mundo adulto- del terceto.
Filmada en un blanco y negro tan prístino como no demasiado justificado, Los amores de Charlotte construye con un ritmo frenético –el mismo de las hormonas de todos los personajes- una mirada vaciada de prejuicios sobre el amor y la sexualidad, todo salpimentado con toques de comedia que, en su mayoría, funcionan muy bien. En especial aquellos que tienen como protagonista a Mégane, que propone una revolución proletaria al enterarse de que su sueldo es similar al dinero que podría darle su abuela.
Con ecos de Adventureland: Un verano memorable (2009), aunque sin su tono melancólico, Los amores de Charlotte es una película fresca, libre e inteligente que mira a sus criaturas de frente, procurando siempre la comprensión. Porque con sus errores y virtudes, con sus fortalezas e inseguridades, las chicas no hacen otra cosa que buscar su propio camino.