El falso empoderamiento ganchero.
Vivimos en una contemporaneidad en la cual las mujeres continuan su lucha por la igualdad de oportunidades y privilegios que disfruta el sexo opuesto. Dentro de ese marco no resulta extraño que el Cine decida darle luz verde a una nueva iteración de Los ángeles de Charlie, serie televisiva de los setentas embebida en los peinados extravagantes, los tacos altos y los pantalones ajustados de sus sensuales agentes especiales. A principios del nuevo milenio la primer experiencia en pantalla grande llegó de la mano de ese trío estética y étnicamente balanceado compuesto por Cameron Díaz, Lucy Liu y Drew Barrimore, con dos entregas que se apoyaban en el costado más cómico y juguetón de este universo. En nuestro 2019, el mencionado contexto social y cultural parecía demandar un approach distinto, que hablara del avance inmparable del empoderamiento femenino en un mundo (mal) manejado por los hombres… bueno, o al menos esa era la idea de la directora, guionista, actriz y productora Elzabeth Banks.
Sabina (Kristen Stewart) y Jane (Ella Balinska) son dos agentes de la famosa agencia de súper espías que trabajan bajo la supervisión de Bosley (Elizabeth Banks) en esta ocasión con el objetivo de impedir que un dispositivo tecnológico revolucionario –el McGuffin de la trama en cuestión- caiga en la manos equivocadas y ponga al mundo en peligro. Con esa simpleza se explica un conflicto al cual no le faltan, por supuesto, las referencias obligatorias al universo de Ian Flemming y James Bond.
Ángeles de Charlie intenta ser una brisa fresca dentro del género, pero su problema es de base: construye todo a partir de ese template usado una y mil veces en el cine de espías: la súper arma secreta, la agencia que trabaja en las sombras, las conspiraciones, los cambios de bando, y todo lo demás… Ni siquiera desde lo visual nos regala algo novedoso, cayendo en los lugares comunes de esos planos generales de ciudades europeas involucradas en el guión y la música ganchera que busca animar secuencias clave. Empieza como una de Jason Bourne pero poco a poco se va a transformando en una de… Los Angeles de Charlie.
Ni siquiera acierta desde lo temático, en esta lucha por dar a las mujeres el reconocimiento que tanto merecen. La película no encuentra forma de empoderar a sus personajes femeninos sin consecuentemente denostar a todo el género masculino. Son las mujeres más inteligentes e intrépidas que podamos imaginar, pero de alguna forma el guión solo puede evidenciarlo haciendo una caricatura rudimentaria de los hombres, como si las claras aptitudes de sus protagonistas no fueran suficientes y ese contraste básico fuera la único forma de explicitarlo en pantalla.
Los diálogos nos explican todo lo que acabamos de ver en la escena anterior o lo que estamos por ver en la próxima, un recurso a lo Guy Ritchie pero pésimanente ejecutado. Las vueltas de tuerca sobre previas vueltas de tuerca hacen tambalear la lógica interna y ciertos cambios sobre cuestiones básicas de su propio universo, hechas con el único prósito de ganar el aplauso tribunero, dejan en claro que se trata de una lavada de cara que se aprovecha de un tema en auge dentro del contexto socio-cultural antes que una obra que legítimamente busca decir algo profundo al respecto actualizando su material de origen.