Este enésimo regreso de la franquicia apuesta en principio por una bienvenida “lavada de cara” no solo respecto de la serie original del período 1976-1981 sino también en relación con las varias películas que luego aprovecharon la fórmula. Aquí hay una guionista y directora mujer (la reconocida actriz Elizabeth Banks en su segunda incursión detrás de cámara luego de Más notas perfectas), protagonistas veinteañeras como las londinenses Ella Balinska (23) y Naomi Scott (26) y la californiana Kristen Stewart (29), un espíritu millennial y una clara conciencia feminista.
En ese sentido, Banks emprende la lucha correcta en el contexto actual de Hollywood, pero apelando a las armas incorrectas. En principio, porque en su búsqueda del empoderamiento femenino cae en todos y cada uno de los clichés del “Girl Power”. En la película cada demostración de la potencia e independencia, cada apelación al discurso aspiracional y cada exaltación de la autoconfianza de las protagonistas resultan obvias, subrayadas y, en definitiva, poco interesantes. Parece como si a la guionista y directora le hubieran dado vía libre en este terreno y, en vez de trabajar estas cuestiones tan actuales con humor, ironía y desparpajo, se hubiese decidido por hacer una declaración de principios. Tal es así que no hay en las dos horas de narración un solo personaje masculino medianamente atractivo. Una suerte de reverso de ese cine machista que durante tanto tiempo encasilló a la mujer a puro estereotipo.
Pero hay en esta Angeles de Charlie modelo 2019 un segundo “pecado” que resulta aún peor: la película pretende ser cool, canchera, moderna, juvenil y solo logra serlo en muy pocos pasajes. Es como si las chicas muchas veces estuvieran posando para el poster y, así, el relato carece en demasiados pasajes de fluidez, consistencia, elegancia y capacidad tanto para provocar como para entretener.
Hay un McGuffin (un revolucionario dispositivo que permite generar “energía límpia”, pero que la corporación que lo ha diseñado no ha probado lo suficiente con el consiguiente riesgo de seguridad), hay conflictos generacionales (los “viejos” son el mítico y aquí desaprovechado Patrick Stewart y, a sus 45 años, la propia Banks) y algo que la saga de James Bond ha impuesto: el cine de aventura “turístico” con escenas que transcurren en Los Angeles (obvio), pero también en Río de Janeiro, Estambul, Hamburgo, Berlín y otras ciudades.
En varios pasajes (incluidas las imágenes post títulos) hay constantes homenaje a distintas actrices que pasaron por la saga. Es una suerte de evocación y reivindicación de los sucesivos aportes que los diversos ángeles de Charlie hicieron por consolidar el lugar de la mujer dentro del género de acción. Un gesto valioso, pero también un poco forzado. Celebremos entonces estos tiempos de Time's Up y MeToo con muchas películas, pero si es posible con mejores recursos y resultados que esta de Elizabeth Banks.