El cine mejicano sigue presentando cineastas con altas cualidades cinematográficas y expresivas, y en esa senda se puede incluir a Amat Escalante, el director de Los bastardos. Como Rodrigo Plá con La zona, pieza vibrante y con varias lecturas sociales y metafóricas, Escalante aborda esta trama fuerte con un espíritu afín pero con otras preocupaciones temáticas y estéticas. También la perceptible influencia de Carlos Reygadas es ostensible, no casualmente productor asociado de este film, suerte de thriller con toques introspectivos, contemplativos y hasta metafísicos. Dentro de un fascinante concepto narrativo, la presencia de sólo un par de escenas ultraviolentas sacuden con más dureza que las de un film de acción constante, fundamentalmente en el extendido abordamiento a la morada de una mujer indefensa. Sin embargo, todo el film está impregnado por una inquietante y asfixiante violencia contenida.
Un par de jornaleros indocumentados en Los Ángeles, luego de un encargo ocasional, se introducen a la noche en una casa de familia para afrontar un trabajo distinto y más redituable, para el cual ya no emplearán sus herramientas habituales sino una escopeta recortada. En el abordaje de esa encomienda iniciática, ambos se tomarán licencias y prerrogativas en las que se combinarán el hedonismo, la perversión, la cobardía y el espanto. La humillación de su condición de extranjeros ilegales les hará aflorar una inexplorada crueldad.
La minimalista actuación de Jesús Moisés Rodríguez y Rubén Sosa, contrapuesta con la estremecedora composición de Nina Zavarin, otorga un contraste interpretativo singular, dentro de un film dotado de imágenes tan atrayentes como perturbadoras.