Verdad y consecuencias
Una larga perspectiva de un canal de cemento vacío con una autopista en el fondo del horizonte es lo primero que muestra Los bastardos. Muy a lo lejos se alcanzan a ver dos puntos que se mueven y se agrandan lentamente. Hasta que esas dos figuras llegan al primer plano y se distinguen sus caras transcurren unos cuatro minutos. La cámara permanece fija todo ese tiempo. Sólo se mueve lateralmente y gira cuando las dos figuras pasan al lado y suben por un borde del canal hacia la ciudad.
Antes de los créditos, esa primera escena es toda una declaración de principios. Más aún: un acto de sinceridad. Esto va a ser lento, esto va a ser realista, esto va a ser lacónico, parece decir con la muda contundencia de las imágenes el director Amat Escalante.
Si por el título o por el afiche en que el actor Jesús Moisés Rodríguez apunta con una escopeta recortada, podía suponerse que Los bastardos es un producto clase B en la línea del primer El Mariachi, de Robert Rodríguez, enseguida queda claro que se trata de una suposición equivocada. Las diferencias son enormes. La película de Escalante no hace de la violencia un credo ficcional sino que busca la verdad en ella, y en esa búsqueda a veces se olvida de que es una ficción y se instala en una especie de reality involuntario, que es el destino irónico de todo realismo extremo.
La historia es tan simple como la forma en que la cuenta su director: un día en la vida de dos inmigrantes ilegales mejicanos, un hombre joven y un adolescente, desde la mañana en que salen a buscar un trabajo eventual hasta la noche que no termina nada bien. Escalante se las arregla para narrar todo en pocas escenas y con poco diálogos, siempre más interesado en trasmitir la evidencia física de los cuerpos y los gestos de los personajes que la cadena de acciones que estos eslabonan en una serie de causas y efectos. Si bien la premisa de que todo acto tiene consecuencias es ineludible en cualquier relato, en Los bastardos hay una lentitud forzada que genera la ilusión moral de que los actos están aislados de sus consecuencias o de que la distancia entre los actos y las consecuencias es infinita.
Antes que un documento sobre las condiciones de vida de los inmigrantes ilegales en los Estados Unidos, Los Bastardos es una meditación (no una teoría) sobre personajes abandonados a la inercia de una vida que no entienden y que no tratan de entender, no una vida sin sentido, sino una vida fuera del sentido, más allá o más acá de la alienación, extraña y aburrida a la vez como un juguete desarmado. El tiempo que Escalante se toma para desarrollar esa meditación beneficia a la verdad, sin dudas, pero también perjudica a la película más de lo que cualquier verdad merece en el cine.