El mundo es horrible y peligroso
El segundo film de Amat Escalante se estrenó en 2008 y por fin llega a las pantallas locales, tras haber recorrido el circuito de festivales.
Carlos Reygadas, el director de la excelente Luz silenciosa, es uno de los productores asociados de Los bastardos y este no es un dato menor para el segundo film de Amat Escalante. No tanto por las herencias estéticas –más aun, las diferencias estilísticas entre un film y otro son notorias– sino por cuestiones ajenas a ambas películas: ocurre que Los bastardos es un film que ha trascendido festivales y que integró y obtuvo premios en varios festival es Clase A. Reygadas, en ese punto, hizo lo suyo para ubicar a Los bastardos en un plano de importancia en un mercado tan particular como el del cine.
Los bastardos tiene una estructura particular, ya que en su media hora inicial presenta a unos mexicanos indocumentados en Los Ángeles esperando un trabajo, sea cual fuere, con tal de sobrevivir al día a día. La lectura, en ese sentido, es elocuente: se habla de la marginalidad en las grandes ciudades, dentro de una atmósfera de riesgo, de un mundo a punto de estallar a través de la violencia. Esa sensación de inestabilidad emocional que se produce en los primeros minutos, donde Escalante plantea la situación con pocas palabras, es la que prologa a la segunda mitad del film, donde dos de los mexicanos sin trabajo o con trabajo muy mal pago, deciden invadir la privacidad de una mujer que vive con su hijo fanático de la música electrónica. Allí la tensión, con los mexicanos armados, se hace insoportable, y la descripción de los personajes –sólo tres de ellos ya que el hijo de la mujer se va antes de que la casa sea invadida–, permite otra clase de lectura sobre el conflicto. Aferrado aun más a diálogos mínimos (uno de los jóvenes mexicanos casi ni pronuncia palabra), las relaciones entre el trío fluctúan entre la piedad, los juegos sexuales, la soledad, los silencios, la turbia sensación de no saber qué va a ocurrir. Y eso se transmite con inteligencia al espectador (más allá de alguna frase altisonante que desmerece el clima que consigue el film), causando una permanente incomodidad.
Tema central del cine de las últimas dos décadas, como se vio hace un par de semanas con la argentina El perseguidor, la invasión de un ámbito privado (familiar, institucional) parece no tener fronteras. Y la violencia está allí, latente, como esos dos tiros a quemarropa que se escucharán en esa casa, donde víctimas y victimarios representan las carencias de una sociedad determinada (o de cualquier sociedad). Pero la vida, como se observa en el desenlace, seguirá su camino hasta el próximo estallido. <