Estado de ira
Dos años pasaron desde que Los bastardos (2008), segunda película del mexicano Amat Escalante (Sangre, 2005), ganara la Competencia Latinoamericana del 23 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata cuyo premio era el estreno comercial en los cines argentinos. Joya inconmensurable del nuevo cine mexicano, plantea el tema de la violencia y la exclusión desde una óptica ambigua en el que los unos y los otros serán tan culpables como inocentes.
Jesús (Jesus Moises Rodriguez) y Fausto (Rubén Sosa) son dos inmigrantes ilegales en la ciudad de Los Ángeles, trabajan de jornaleros y el dinero les alcanza cada vez menos. La historia transcurre en apenas un día de sus vidas. Día que marcará un antes y un después. Día en el que la marginalidad a la que los somete el sistema hará despertar el estado de ira reprimido en el interior de cada uno de ellos.
Escalantenos ofrece un relato para nada contemplativo. Desde la primera escena sabemos que lo que vamos a ver será una historia sin concesiones hacia el espectador. Un plano fijo de una ruta y dos personajes caminando hacia la cámara durante unos cuantos minutos confluyen en un separador rojo sangre con el título del film y una música estridente que nos adentra en un relato cinematográfico que carece de escrúpulos. De ahí en más la historia se dividirá en dos episodios. El primero reflejará la desesperación por conseguir el dinero para el día mientras sufren un maltrato permanente. En el segundo tramo del film se nos mostrará como esa situación los lleva a cometer un hecho del que no habrá vuelta atrás y que está intimamente ligado con la violencia social.
Los bastardos plantea un tema candente para los mexicanos como lo es la inmigración ilegal en busca de un mejor trabajo, pero sin caer en la banalización que muchas veces muestran los films de directores como Alejandro González Iñárritu (Babel, 2006). La forma casi despiadada de narrar los hechos en una historia donde pareciera no suceder mucho es uno de los logros más interesantes del film.
A través de planos secuencias que ponen en una situación incómoda al espectador, encuadres que parecieran forzados pero que en el contexto encuentran la lógica adecuada, diálogos escasos pero necesarios y planos estáticos que a la vez perturban, construye con muy pocos recursos una película sofisticada desde lo visual y shockeante (en el mejor sentido de la palabra) desde lo narrativo. Una de las escenas finales, que por razones obvias no develaremos, da cuenta de esta conclusión.
El cine mexicano que llega a estas latitudes es casi inexistente, salvo contadas excepciones, las distribuidoras se animan a estrenar películas habladas en español. Este es un caso excepcional y merece todo el apoyo del público. No sólo por el hecho de que se estrene una película latina, sino también porque es un hallazgo cinematográfico de visión obligatoria que generará fanatismos y odios adversos pero que no pasará inadvertida. Imperdible.