Mumblecore cordobés
Los besos podría definirse como mumblecore cordobés. ¿Por qué mumblecore? Porque toma las enseñanzas de esa corriente del cine independiente estadounidense, con nombres clave como Andrew Bujalski y Joe Swanberg, que presenta relatos de bajo presupuesto basados en diálogos naturalistas, a veces farfullados con códigos internos, y grupos de actores en general conocidos entre sí y mayormente amateurs o que son, en conjunto, los responsables del guión que se va generando durante el rodaje.
¿Por qué hablamos de mumblecore cordobés? Por el origen de la película y de la directora Jazmín Carballo, pero además porque Los besos es ya el tercer mumblecore estrenado proveniente de la provincia mediterránea. El espacio entre los dos, de Nadir Medina, y El último verano, de Leandro Naranjo, se presentaron en distintas ediciones del Bafici, y Los besos, en la última edición del Festival de Cosquín. Las tres son películas sobre jóvenes que deambulan entre estudios, vocaciones, amores, músicas, en ese limbo entre la adolescencia y la madurez. La de mayor tensión argumental y concentración en pocos personajes es la de Naranjo, también la más ajustada en términos de diálogos.
Los besos es otro relato de verano, y tiene como personajes principales a Jerónimo y Lisa (interpretada por la propia Carballo) -ex novios que se reencuentran por un vuelo demorado-, el joven fotógrafo y cineasta Dante y la cantante Lucila (de la banda Un Día Perfecto para el Pez Banana).
La película tiene como mayor defecto su laxitud -es propia de este subgénero, pero aquí hace que la pintura endogámica de personajes por momentos se agote- y como mayores virtudes la naturalidad de cada actuación y cada diálogo, y lo diáfano de la combinación del paisaje, las miradas, las lindas canciones, los pequeños gestos de los ecos del amor que fue, y el blanco y negro. Película de una directora con evidentes recursos, Los besos es también un cine-limbo, entre el ejercicio de principiante que prueba sus armas y un futuro promisorio.