Lo que es y lo que puede ser
Ensayo sobre los vínculos amorosos y amistosos, que suelen estar separados por líneas muy delgadas, Los besos es un film que se pliega a sus personajes y los ámbitos temporales y espaciales, encontrando allí sus mayores potencialidades pero también sus límites. Lo que cuenta es una anécdota mínima: Jerónimo debe prolongar su estadía en la ciudad en la que estaba de visita a partir de una demora en su vuelo. De casualidad se cruza en el aeropuerto con Lisa, quien hace un tiempo fue su pareja. Ella lo invita a su casa mientras espera a que se autorice el despegue de su avión y será ahí, en el medio de varios encuentros con otros amigos, donde irán saliendo a la luz lo que quedó de la anterior y la forma en que ambos lo irán asimilando.
En el manejo de los tiempos muertos, de esas instancias de espera inundadas de diálogos variados y aparentemente triviales, pero que en verdad funcionan como síntesis de los vínculos entre los personajes, el planteo y el armado del relato de Los besos entabla obvios lazos con el cine de grandes realizadores como Eric Rohmer, Francois Truffaut y Richard Linklater, pero también con films de estas latitudes como Sábado, Whisky y 25 watts. Sin embargo, hace falta aclarar -frente a algunas comparaciones un tanto apresuradas- que en esos referentes se podía intuir un mayor espesor en el diseño de los personajes, sus motivaciones e indecisiones y los espacios-tiempos que habitaban, lo que llevaba a que tuvieran cualidades casi hipnóticas. Y aunque se nota, y mucho, que la directora Jazmín Carballo ha visto ese cine y que intenta asimilarlo en función de algo propio, no termina de concretarlo del todo: hay unos cuantos pasajes donde la narración queda a la deriva, girando en el vacío. Se podría decir que esto se da a partir de la propia deriva de los protagonistas, pero no siempre esa justificación es pertinente: la película reclamaba algo más, una mirada potente que sólo aparece a cuentagotas.
Esto no significa que Los besos sea un film fallido, porque se puede intuir a una cineasta con un hábil manejo de sus recursos. Estamos ante una película donde el blanco y negro posee una cualidad estética profunda y compleja, con planos muy cercanos donde las tensiones corporales adquieren una expresividad que las convierte en un lenguaje más dentro de la trama y actuaciones sumamente naturales, repletas de espontaneidad. Precisamente por eso se le podía pedir más a esta obra y a su autora, porque el talento está y lo que aquí son sólo pinceladas está en verdad en condiciones de adquirir una forma definitiva. Esperemos que Carballo, luego de esta interesante opera prima, esté a las alturas de las expectativas y en el futuro termine de construir un universo propio.