Fábula con moralejas
Los boxtrolls viven debajo de la calle, y son el enemigo inventado, acusados de robar quesos y niños, la plaga a exterminar. Pero no es así...
Los boxtrolls es una fábula y como toda fábula tiene moralejas. Quedará en ustedes definir qué tan infantil es la historia, pero más allá de eso se trata de una película de animación realizada cuadro por cuadro por los estudios Laika, los mismos de Coraline. Dirgida por Graham Annable y Anthony Stacchi, la historia transcurre en la estereotipada Cheesebridge, una ciudad de la época victoriana cuyo tránsito ya vale la entrada al cine.
Simplificando, diremos que está habitada por tres grupos sociales, la aristocracia conductora de sus destinos, burocratizada al máximo, obsesionada con banalidades de alcurnia y una adicción enfermiza a los quesos franceses. El vulgo, que cuenta tan poco en esta historia como en la vida real. Y la casta más baja, la subterránea, los boxtrolls, una especie de gusanos personificados sindicados como monstruos, encerrados, escondidos, en unas cajas de cartón apilables, manipulables y perfectamente olvidables.
Los boxtrolls son el enemigo inventado en estas calles empedradas. Acusados de robar quesos y niños, son la plaga a exterminar. Pero la realidad difiere del relato, de los relatos. Estos seres cavernícolas son grandes artesanos, acostumbrados a esconderse por imposición y mantener una vida de bajos fondos. Y con ellos se esconde un niño, Huevo. Hijo del inventor del pueblo, supuestamente aniquilado por el exterminador de boxtrolls, un tal Archibald, un mercenario del vulgo que sueña con pertenecer a la aristocracia vernácula. El villano construye su leyenda. La dualidad del bien y el mal. Inventa enemigos que la aristocracia compra con tal de mantener el status quo. Podría ser al revés, suele ser al revés.
En esta parábola sobre los monstruos que solemos inventar, aparece Huevo, el héroe, para dar vuelta su mundo. Y lo hace ayudado por Winnie, la hija de Camembert, el rey de Cheesbridge, niña especie de Siddharta que va descubriendo el mundo mientras Huevo reconstruye su historia, la del huérfano que se crió con los “monstruos”. “¿Por qué hacemos esto, porque seguimos como si todo fuera normal?”, se pregunta frente al exterminio. Pregunta y moraleja. ¿Infantil?
La película habla de ríos de sangre, de monstruos que comen niños, pero todo es nada en comparación a la relación de Sir Camembert con su hija. Y hay más. Un llamado a no esconderse, a pelear, a escribir nuestro propio destino. Así y todo la sensación que prima es contradictoria. Un libre albedrío de marionetas. O el origen del mal técnicamente cuestionado.