Comedia cruda... y dura
Un fallido exponente de la (ya no tan) Nueva Comedia Americana. Sólo para "militantes".
Fui a ver esta película inmediatamente después de haber sufrido el bodrio de Ben-Hur. Además, había leído en Twitter a un par de exégetas de la Nueva Comedia Americana decir que era “la película del año”. Más cauto, me dije: “Si tiene un puñado de buenos gags ya habrá valido la pena después de la solemnidad y el sermón de Ben-Hur”. Pero no: no sólo no es ni por asomo “la película del año” sino que tampoco tiene ese puñado de momentos genuinamente graciosos que esperaba con ansias como “purificación”. Profunda decepción y penoso doblete para aquellos que creen que ser crítico de cine es una de las profesiones más fáciles y relajadas del mundo.
Introducción personal aparte, esta película rodada por el debutante Jake Szymanski (prolífico director de TV e Internet cuyos principales antecedentes eran aportes a Saturday Night Live y Funny or Die) y escrita por los guionistas de la saga de Buenos vecinos se pretende una comedia cruda y desaforada. El problema no son en sí la exageración, los gritos, los diálogos básicos, los chistes burdos, el ritmo desatado sino que todo eso junto nunca funciona bien. La narración no fluye, los comediantes no se lucen y los minutos sin carcajadas (diría casi sin sonrisas) se acumulan de forma peligrosa.
En el cuarteto principal hay tres intérpretes (Zac Efron, Anna Kendrick y Aubrey Plaza) que, si bien están muy por debajo de sus potenciales, por lo menos salen medianamente airosos del mal trance, pero lo de Adam Devine es un cúmulo de gesticulación y estridencia más propia de una comedia ya perimida (su sobreactuación parece salida de una película argentina de la década de 1970).
La trama -”inspirada en hechos reales” y en las “memorias” que estos dos ineptos escribieron- es tan tonta como el título: dos hermanos, Mike y Dave Stangle (Devine y Efron), viven de joda en Nueva York y se ganan la vida vendiendo bebidas alcohólicas. Sus padres llegan a la casa angustiados porque suelen arruinar todas las fiestas familiares con bromas pesadas o torpezas varias y ahora Jeanie (Sugar Lyn Beard), la única hija (la hermana de ellos), está por casarse en Hawaii. Les piden, entonces, que vayan a la boda con dos chicas “presentables”. El dúo publica un aviso en Internet, sale en TV (en The Wendy Williams Show) y termina decidiéndose -de manera aparentemente casual- por Alice (Kendrick) y Tatiana (Plaza),, quienes se hacen pasar por muchachas “de su casa” cuando en realidad son tan o más parranderas que los protagonistas. Todo, claro, por ganarse unos días en un resort de Honolulu. Un concepto servido para una comedia de enredos que no tiene casi ninguna idea demasiado elaborada o ingeniosa.
Las comparaciones que muchos críticos le prodigaron con la franquicia de National Lampoon parecen más una expresión de deseo que algo que pueda tomarse en serio. Otros prefirieron análisis más profundos hablando de la angustia del hombre contemporáneo. Para ensayos sociológicos mejor buscar por otros lados. El slapstick (uno de los fuertes de la NCA) es mediocre y el humor de inodoro (otra de sus marcas constitutivas) tampoco resulta demasiado provocativo. Ni un atisbo de Judd Apatow ni Richard Linklater ni Gregg Mottola ni Adam McKay ni los hermanos Farrelly. Nada. Para colmo, las múltiples referencias cinéfilas también son de vuelo bajo (muy rasante) y el principal homenaje es a... Wedding Crashers (Los rompebodas). Todo dicho.
PD: Lo mejor del film es un masaje erótico que da Kumail Nanjiani, uno de los intérpretes de esa joya del humor que es Silicon Valley. Si quieren ver una buena comedia, mejor busquen la serie de HBO.