El mundo está loco, loco, loco, loco
El segundo largo de los realizadores de 7 cajas sale en busca de un tesoro guaraní, pero en lugar de abrazar la aventura la película se conforma con ser apenas una modesta carrera cinética con un exceso de persecuciones, bicicletas y motos.
Film de aventuras juveniles, Los buscadores es la sucesora de 7 cajas, aquel sensacional éxito que seis años atrás lanzó de golpe al cine paraguayo a la consideración internacional. Si aquélla –una comedia física que utilizaba con buen provecho el espacio de una gigantesca feria estilo La Salada– había sido sobrevalorada casi hasta el infinito, llegando a considerársela poco menos que una joya de incalculable valor, habrá que ver cómo es evaluada ésta, una peliculita animada por las más modestas intenciones, que apunta a la mera mecánica del entretenimiento por vía de la búsqueda de un tesoro. Detalle llamativo, es nuevamente el factor dinero el que pone en movimiento a los héroes de este opus 2 de la dupla integrada por Juan Carlos Maneglia y Tania Schembori. 7 cajas tenía dos motores. El primero era un celular vendible; el segundo, los 100 dólares que unos comerciantes sospechosos prometían al joven protagonista. Ahora se trata de un tesoro escondido, que podría ser invalorable. Signo de época, parece que es lo material y no la sed de aventuras (como sucedía con Tintín o cualquier otro héroe clásico de la literatura juvenil) lo que mueve a estos humildes héroes juveniles, como sucede también con el protagonista de Ready Player One, la nueva de Spielberg.
Plata yvyguy es el nombre que se le da en guaraní a un tesoro enterrado. Según la leyenda, habría quedado más de uno en las inmediaciones de Asunción, que las familias pudientes pusieron a resguardo después de la Guerra de la Triple Alianza de fines del siglo XIX. En un viejo libro que le legó su abuelo, Manu (Tomás Arredondo) descubre un mapa amarillento que podría indicar el emplazamiento de uno de esos tesoros, proponiéndole a su amigo Fito (Christian Ferreira) lanzarse en su busca. Será cuestión de googlear un poco, pero más que eso dar con el dueño del cyber, Don Elio (Mario Toñanez), para ponerse en la pista. Como en una novela de piratas, pronto descubrirán que a ese primer mapa hay que confrontarlo con otro para llegar a destino, y ahí es donde la cosa se complica, ya que el abuelo de Manu, posible dueño, está postrado y sin habla tras haber sufrido un derrame. Cuando encuentren la presunta locación descubrirán que en ésta se asienta la embajada de un país africano, custodiada por guardias armados. ¿Cómo entrar?
Maneglia y Schembori (o unx de los dos, no sabemos) vuelven a acertar con un casting de actores incipientes, a los que dirigen magníficamente. El problema es que los personajes a los que sirven son apenas un conjunto de funciones, que les permiten ocupar los lugares asignados en la trama y poco más. Ese poco más es el hecho de que las chicas (y no tan chicas) tienden a ser bravas, y los chicos (y no tan chicos), débiles. El resto es, como en 7 cajas, la mecánica argumental, que se intenta propulsar mediante un factor cinético (carreras, persecuciones, bicis, motos) que, como los personajes, apenas cumple su función, carece de otra capa de sentido que no sea la visible. Lo mismo puede decirse del humor, tan liviano y calculado como toda una película que, como su protagonista, parecería más movida por el hallazgo de un posible tesoro que por un genuino sentido de aventura.