LECCIONES NO APRENDIDAS
Todavía recuerdo la primera vez que vi un capítulo de Los Caballeros del Zodíaco, a principios de los noventa, cuando todavía estaba en la escuela primaria: estaba en lo de mi abuela materna y recibí un llamado de mi hermano. No dio muchas vueltas: “tenés que ver una serie que están pasando ahora mismo por Canal 7, está buenísima”. Obedecí, aunque mi primera reacción fue “no entiendo una mierda de lo que estoy viendo”. Poco tiempo después, cuando pude acceder al cable, la pesqué nuevamente en Magic Kids y decidí darle una segunda oportunidad. El encanto funcionó casi enseguida y a partir de ahí me volví adicto a ese mundo poblado de guerreros cuyas armaduras estaban vinculadas a constelaciones, dioses, seres míticos y, obviamente, signos del Zodíaco. Lo que veía era, claramente, un delirio absoluto, una mezcla casi inverosímil de épica, acción y melodrama, casi siempre regados de sangre a borbotones y secuencias de gran violencia. ¿Cómo no volverse adicto?
Brusco salto al presente: me topo con el trailer de Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio y lo primero que pienso es “esto tiene toda la pinta de ser una nueva Dragonball evolución”. Me refiero a ese largometraje del 2009 que era un pequeño desastre y que fue lapidado por público y crítica. ¿Se repite la maldición? En casi todos los aspectos, sí, básicamente porque el film Tomasz Baginski no parece haber aprendido las lecciones correctas de ese fracaso: solo se limita a tratar de armar un elenco menos occidental y más inclusivo, como si todos los problemas estuvieran ligados a eso. El resto es casi igual: un intento demasiado banal por resumir en apenas dos horas un universo que en el manga y animé originales era mucho más potente y complejo.
Es cierto que hay un par de dificultades relevantes que llevan a pensar por qué Hollywood insiste con meterse en el entuerto de adaptar estas propiedades al cine. Por un lado, una historia repleta de tramas y subtramas, con una multitud de personajes y un despliegue iconográfico al cual cuesta reproducir o reversionar en la pantalla grande. Por otro, niveles de violencia y delirio audiovisual que incomodan a los parámetros hollywoodenses, o por lo menos a sus habituales horizontes de espectadores. Frente a estos obstáculos, Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio elige la opción más obvia y menos arriesgada: realizar una especie de presentación de ese mundo y sus personajes más emblemáticos, en clave Apto Todo Público, como para que nadie se pierda. De ahí que el relato siga a Seiya (Mackenyu), quien es reclutado para convertirse en el Caballero Pegaso, el guardián de Sienna (Madison Iseman), que es la reencarnación de la diosa Atenea. Eso lo termina poniendo en el medio de una guerra de poder donde los bandos son liderados por Alman Kido (Sean Bean) y Guraad (Famke Janssen).
La historia de aprendizaje y crecimiento que despliega Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio no puede eludir demasiados lugares comunes: referencias a pasados trágicos, monólogos explicativos, diálogos solemnes y súbitos cambios en las actitudes de los personajes. Las reescrituras del material original simplifican todo en exceso y eso lleva a que ninguno de los protagonistas tenga un desarrollo que vaya más allá de lo previsible. Para colmo, la inventiva visual es casi nula -salvo quizás algunas imágenes en una isla de entrenamiento- y solo se limita a acumular efectos especiales por doquier. Por eso la sensación predominante es que todo está hecho en piloto automático, con excesiva timidez y apostando a no ofender a nadie.
Ese carácter inofensivo, neutro, casi plano de Los Caballeros del Zodiaco: Saint Seiya – El inicio es lo que, paradójicamente, termina ofendiendo un poco. Si había algo que necesitaba una adaptación compleja como esta era riesgo y vocación por el disparate, además de un alto nivel de fisicidad. Nada de eso aparece y solo queda un bodoque sin vida y rápidamente olvidable. Mejor volver al animé de la infancia, a Magic Kids y la ansiedad por ver cada capítulo en el televisor de tubo.