Cerdos y caballeros
Guy Ritchie regresa a su elemento con Los caballeros (The Gentlemen, 2019), una comedia negra que recuerda a clásicos de culto como Juegos, trampas y dos armas humeantes (Lock, Stock and Two Smoking Barrels, 1998) y Snatch: Cerdos y diamantes (Snatch, 2000). Es una movida de doble filo: éste tipo de cine es la lengua nativa del director, que ha pasado la última década incursionando en proyectos mediocres para Warner y Disney, y si bien es un placer oírlo otra vez utilizar su propia voz la conclusión final es que no tiene nada nuevo que decir.
El protagonista es Mickey Pearson (Matthew McConaughey), un expatriado americano en Londres y dueño de un poderoso imperio dedicado a cultivar y distribuir marihuana. Mickey lo tiene todo, incluyendo una sensual esposa (Michelle Dockery) y una leal mano derecha (Charlie Hunnam) pero está listo para vender el negocio y salirse del juego. El vacío de poder pronto atrae la atención de la mafia rusa, china y judía, así como oportunistas como Coach (Colin Farrell), Fletcher (Hugh Grant) y todo tipo de matones con nombres ridículos y acentos Cockney.
La trama es una excusa para enfrentar gángsters y matones reunidos de distintas partes del inframundo londinense, todos poseídos por la verborragia de sus ideologías personales y ansiosos por exponerlas en monólogos cómicos pero amenazantes. La mayoría de estos personajes están tan por encima de la violencia que caer en ella es casi de mal gusto. La misma condescendencia se extiende al resto de la película, que ironiza sobre el gusto por la violencia con escenas de acción imaginarias o elipsadas, y un ridículo grupo de personajes dedicado a filmar “porno de acción”.
La historia en sí es una larga secuela de duelos verbales entre depredadores extorsionándose entre sí, avanzando a base de coincidencias, malentendidos y una mezcla de buena y mala suerte para todos los involucrados. Los actores aman sus diálogos tanto como Guy Ritchie ama escribirlos, con toda su irreverencia y potencial ofensivo. McConaughey a esta altura se ha apropiado de la parábola críptica como si la hubiera inventado. Farrell continúa demostrando que suele ser la mejor parte de cualquier cosa. Grant es deleitable, revelando su faceta más vil como un periodista con un fetiche por rebajar al otro.
Todo esto es inmensamente entretenido por virtud del gusto con el que los actores abordan cada escena, saborean cada línea y reinventan cada lugar común con un giro divertido.
El estilo de Ritchie dicta que por montaje las escenas constantemente se pausan, rebobinan, adelantan u omiten del todo. En sus proyectos más tradicionales - El agente de C.I.P.O.L. (The Man From U.N.C.L.E., 2015) es un buen ejemplo - esto es una molestia porque el estilo se opone a la narración en vez de emanar naturalmente de ella. En Los caballeros en cambio no hay mucho más que estilo. Todo es una cuestión de actitud. Los diálogos, las actuaciones y el ritmo de la historia evocan el tipo de actitud irreverente y juguetona que invita la diversión. Aún si, una vez que se disipa la nube de humo, descubrimos que no hay nada detrás.