Y sí, volvió Guy Ritchie con su parafernalia veloz, sus movimientos a lo loco, sus diálogos ácidos, etcétera. Hay algo loable en la convicción de este señor que desdeña toda puesta en escena y cree que se mantiene la atención del espectador, paradójicamente, contando un millón de cosas sin importancia alrededor de una trama mínima. Hay un gánster que se quiere ir del negocio y muchos que desean quedárselo sin pagar, y ese es el asunto. Lo demás es un ejercicio de la caricatura donde pasa por humor negro lo que no es más que un poquito de crueldad y un mucho de exhibicionismo. De todos modos, como los actores son simpáticos y no se toman nada demasiado en serio, la película no aburre. Tampoco nutre pero hace muy poco daño. Como cualquier otra de las que realizó este equívoco británico, con alguna honrosa excepción. En todo caso, demuestra que este estilo envejeció demasiado rápido.