Vuelve Guy Ritchie a su salsa. Eso lo sabe cualquiera con solo mirar el poster de su nuevo estreno. Tras fracasar comercialmente en su intento por desarrollar una visión pandillera del Rey Arturo, de la mano de Warner Bros., y dominar las taquillas con el último Aladdin de Disney, la casa de las ideas –a través de Miramax, su compañía al servicio de producciones para adultos- le dio luz verde a ‘Los Caballeros – Criminales con clase’, un film en vistas de reposicionar las obsesiones que Ritchie había manifestado en sus dos primeros largometrajes: ‘Juegos, trampas y dos armas humeantes’ y ‘Snatch – Cerdos y diamantes’. Esto último significa una sola cosa, estaremos ante un relato enredado.
Sabemos que este realizador, como director y guionista, una vez soltada la rienda, se convierte en un narrador poco confiable porque ahí florece su talento. De todas formas, el eje argumental es el siguiente. Mickey Pearson (Matthew McConaughey) es un norteamericano que vivió su juventud bajo la pobreza, pero todo cambió cuando obtuvo una beca que le abrió el paso a la Universidad de Oxford. Allí encontró su vocación, podía venderles marihuana a los estudiantes más ricos y con impunidad.
Con pasos precavidos y el correr de los años, Pearson devino en el barón británico del cannabis. A pesar de haber montado un imperio marihuanero, el protagonista considera que es el momento ideal para vendérselo al mejor postor: los emprendedores estadounidenses. Tenemos aquí, como es de esperar, el puntapié inicial para fastidiar a los interesados de China y Rusia, a quienes el lord de la droga les hará oídos sordos. Como así también el material suficiente para atraer la curiosidad de los medios gráficos y los investigadores privados.
A McConaughey lo acompaña un elenco europeo, algunos de los integrantes son: Charlie Hunnam, Hugh Grant y Colin Farrell. Los tres, como es de esperar en una película totalmente absorbida por Guy Ritchie, son quienes más se distancian de su zona de confort, particularmente Grant, que ya se había salido de su centro en ‘El agente de C.I.P.O.L.’, pero en esta ocasión reduplica la apuesta en la piel Fletcher, un detective autónomo y homosexual a quien le corresponde ser el disparador discursivo del film.
Similar a lo que hemos planteado acerca de ‘El Robo del Siglo’, esta película es un thriller criminal y melodramático, combinado con el impulso de comedia tópico de su realizador. Asume su condición dentro de géneros cinematográficos y se permite la aplicación de dispositivos simbólicos, en especial en los ascensos a -y los descensos desde- la oficina de Rosalind Pearson (Michelle Dockery), la esposa de Mickey.
Pese a su triunfal regreso, Ritchie tiende a tropezar con su preferencia fonética y se cree que articula una gramática inmejorable, cuando a veces le pasa lo opuesto. La referencia a la vulnerabilidad en la cocina de uno de los enemigos de Mickey, la torpeza con la que Fletcher confunde el año del estreno de ‘La Conversación’ de Francis Ford Coppola y la escena en la que nos colocan de frente a los directivos de un estudio cinematográfico, son algunos de los elementos que nos hacen pensar que el director confunde su cine de gangsters ante su aspiración de convertirlo en cine de mafia. Algo que por la tradición y la naturaleza de ‘Los Caballeros…’ resulta inviable.
En otro orden de cosas, aun cuando la tentativa de fabricarse un pasado que no existe –bien lejos del postulado freudiano- con referencias cinéfilas, Ritchie sabe poner perfectamente la sobremesa (o deberíamos decir “post-sobremesa”) a partir de la desorganización discursiva de su relato y una dirección actoral de primera clase, en un cine deliberadamente distanciado de lo coral. Más no podríamos pedirle a este director que se distingue por su excentricidad, sobre todo después de una reinserción enorme, considerando el vacío estético del que acaba de salir.