Hay pocos directores tan decididos a hacer una ostentación de estilo como el inglés Guy Ritchie . Está tan enamorado de su manera de filmar que no tiene empacho en sacrificar hasta el sentido narrativo más elemental de sus películas con tal de dejar bien a la vista la marca visual que lo caracteriza. Los ingredientes básicos de la "fórmula Ritchie" tienen que ver sobre todo con un montaje vertiginoso y propio del videoclip (con imágenes aceleradas o congeladas según la necesidad), casi siempre al servicio de historias de gánsteres y criminales británicos a los que, por lo general, las cosas no les salen bien.
Las películas de Ritchie suelen tener estas marcas de arrogancia y multitud de fuegos artificiales, pero en sus mejores expresiones resultan bastante entretenidas, sobre todo cuando quedan a la vista el disparate y la falta de lógica en el comportamiento de varios personajes. Aquí, un criminal estadounidense que controla el negocio de la marihuana en el Reino Unido ( Matthew McConaughey ) empieza a ver amenazado su negocio y, su lugarteniente (Charlie Hunnam), se expone a la extorsión de un aventurero ( Hugh Grant ) dispuesto a revelar esos oscuros secretos.
Después de su aburrido Rey Arturo, Ritchie vuelve a las fuentes de su estilo (y a sus vicios). Pero detrás de una puesta alambicada hay momentos muy divertidos y un elenco de estrellas que parece disfrutar mucho lo que el director propone.