UN VIAJE A NINGUNA PARTE
Tal vez, y sin que nadie se lo pida, el británico Guy Ritchie sintió la necesidad de volver a sus orígenes, a los universos de películas como Juegos, trampas y dos armas humeantes o Snatch, películas que allá por fines de los 90’s lo convirtieron en un director reconocido por su superficie post-moderna y la ilusión de estar viendo “lo nuevo” a la que siempre tienden las nuevas generaciones de cinéfilos. Incluso se lo comparaba con Quentin Tarantino, en una relación un poco perezosa. Si había algo que los uniera eran posiblemente los mundos criminales que retrataban y la verborragia de sus personajes, pero no mucho más que eso. Y como el tiempo es evidencia, estos veinte años que pasaron vieron a Tarantino convertirse en un autor reflexivo y a Ritchie en un director invisible de la industria, capaz de ponerse al servicio de franquicias como las de Sherlock Holmes o reversiones como la de Aladdin (aunque siempre lo sedujo la imposición de su pirotecnia audiovisual y dejar su sello). Ambos caminos son válidos, claro que sí, pero imponen el alerta sobre la figura de Ritchie y su real importancia como creador cinematográfico. Los caballeros, la nueva película del británico, es por lo tanto una curiosa aproximación a sus orígenes; curiosa, porque termina revelando el vacío que siempre estaba latente en su obra y que ahora explota en nuestra cara.
Mickey Pearson (Matthew McConaughey) es un empresario norteamericano dedicado al cultivo y venta de marihuana en Inglaterra. Tiene un negocio millonario entre manos y está dispuesto a abandonarlo para retirarse y vivir, por una vez, en paz (el apunte más interesante de la película es precisamente la forma que encontró Pearson para tener enormes plantaciones sin levantar sospechas). Su búsqueda de un comprador, de alguien que siga el negocio, es lo que termina llamando la atención y lo que pone en juego diferentes intereses e involucra a múltiples personajes: hay mafiosos chinos, los hay judíos, hay un grupo de aprendices de boxeo entrenados por un muy divertido Colin Farrell, hay periodistas sin escrúpulos y muchísimos más. Que, en definitiva, esta es una película de Ritchie y su marca de fábrica está por todos lados. La novedad aquí es que a través del reptil personaje a cargo Hugh Grant, alguien dedicado a llevar información de aquí para allá con fines extorsivos, se impone lo autoconsciente y el juego con el metadiscurso. Es que el Fletcher de Grant busca extorsionar al ladero de Pearson (Charlie Hunnam) relatándole los hechos como si de un guión cinematográfico se tratara. Y ahí entran y se justifican, entonces, los flashbacks, flashforwards, cortes abruptos y demás recursos habituales del cine más representativo de Ritchie, pero en clave de caricatura. Y no deja de ser honesto y saludable que el director haya decidido tomarse un poco el pelo a sí mismo (incluso, en un diálogo sobre el racismo, parecería justificarse de la habitual ridiculización que hace de las diversas comunidades que habitan su Inglaterra).
Ahora bien, todo este juego de casi dos horas puede ser divertido por un momento y hasta entretener, pero llegado un punto se vuelve pesado e irrelevante. Es que Ritchie, de tanto tirar de la piola, convierte a su película en una puesta en escena artificiosa que expulsa un poco al espectador (como las “grande estafas” de Soderbergh, digamos). ¿Cuál es el centro moral del relato? ¿Cuál es la mirada que tiene sobre aquello que está contando? ¿Para qué lo cuenta? A medida que avanza la película, los personajes se van esfumando ante nuestros ojos, perdiendo corporalidad y volviéndose una mera ficha en el entramado narrativo que se mueve de manera demasiado antojadiza. Que Ritchie haya hecho explícito, por medio de Fletcher, el recurso del creador, lo vuelve autoconsciente, sí, pero no necesariamente mejor. Claro que hay pasajes muy graciosos y otros donde la violencia se impone con la fuerza de lo estilístico, pero uno se siente un poco agotado (como agotados están los recursos del director) con tanta vuelta de tuerca que no dice nada más que cancherearla con el dispositivo narrativo y donde finalmente todo da lo mismo porque nada es real o relevante. Y queda la sensación de que te sacaron a pasear por un mundo para no llevarte a ningún lugar.