El realizador inglés Guy Ritchie vuelve al ruedo. Quedaron atrás, al menos por ahora, los legendarios investigadores y los legendarios monarcas. Ahora con Los Caballeros retoma un género y un universo que supo darle su espaldarazo como cineasta: el de Snatch y Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes.
Oficial y Caballero
Los Caballeros consigue hacer tres cosas: ser una película entretenida sobre el crimen organizado con personajes de lo más variopinto, ser un recordatorio de los mejores recursos que tiene el cine como arte narrativo, y ser una sutil crítica tanto al fenómeno de las redes sociales como hacia aquellos que se hacen famosos de la noche a la mañana gracias a ellas. Estos últimos dos detalles están aplicados en contraste, porque mientras el segundo se toma su tiempo para crear clima e interés, el tercero se preocupa por el golpe de efecto y lo instantáneo.
A ello se le pone tanto énfasis que desafía los límites de la autoconciencia, es decir, el saber que se está narrando. De ejemplo sirve cuando el personaje de Hugh Grant se pone a hablar de detalles de proyección cinematográfica, tales como la relación de aspecto 2.35:1 que casualmente es la que tiene la película.
Los protagonistas de Los Caballerosse mueven con elegancia, inteligencia y códigos en un mundo que parece haberlos perdido por un deseo de tenerlo todo, a nivel mundial y en el menor tiempo posible. Tanto la violencia como los disparos están en concreto y para no decepcionar las expectativas correspondientes al género en el que se inscribe, sin embargo los diálogos entre sus personajes, tan verbales como no verbales, resultan igual de atractivos.
Cuando decimos que la película es un recordatorio de los recursos del cine, nos referimos al montaje. Qué se muestra, qué se oculta, cuándo vale la pena retroceder, acelerar el ritmo, recordar. En concreto, la prestidigitación que dicho oficio hace con la percepción del espectador, algo que entra en juego prácticamente desde la primera escena.
El estilo visual de Los Caballeros, sea en entornos elegantes ricos en maderas de caoba, como los más rústicos interiores de concreto, parece evocar ese club de caballeros. Ese entorno que propone un clima de códigos específicos, que deben seguirse a riesgo de expulsión, porque al fin y al cabo muchos ajustes de cuenta del crimen organizado se deben justo a no respetarlos.
El plantel de actores entrega prolijos trabajos, pero quienes prueban ser los más afilados son Matthew McConaughey, como un jerarca del tráfico de cannabis, Charlie Hunnamcomo su sicario principal y Colin Farrell como un leal entrenador de boxeo que no quiere que se le descarríe el alumnado. El rol que destaca es el de Hugh Grant, como un oportunista investigador privado, sirviendo prácticamente como narrador de la historia y vehículo a través del cual se manifiesta el elogio a los recursos del cine. Los años de galán de Grant habrán quedado atrás, pero le quedan muchos por delante dando vida a estos personajes particularmente desagradables que se vuelven muy recordables. El carisma y la sonrisa siguen ahí, pero ahora van por otro lado.