Los caminos de Cuba (2019) no contextualiza lo anecdótico del arte caribeño con la revolución histórica tan mencionada desde el comienzo. Sin embargo, el recorrido geográfico del realizador Luciano Nacci descubre complicidades con sus entrevistados.
La tibieza política, el uso excesivo de las llamadas ‘cabezas parlantes’ y un diseño sonoro ambiguo son problemas coyunturales. Funcionarían si Nacci hubiese hallado un vínculo entre el pasado del país y el presente del viaje hecho en 2016, año en el que murió Fidel Castro.
De todas maneras, ese quiebre troncal no impide que la cámara atienda a las inquietudes de individualidades atravesadas visualmente por líneas curvas, perpendiculares o verticales al fondo del plano. Esta composición tan recurrente en el transcurso de la obra no es una paradoja frente a la liviandad revolucionaria, ni una casualidad estética.
De hecho, cuando llegamos a los minutos finales de esta ópera prima estrenada este jueves en CINE.AR, entendemos que esas líneas componen una inquietud anímica sugerida mas no articulada hasta llegado el final. Cómo se define la felicidad en este país caribeño.
La pregunta parece ligera, incluso lugar común. Pero las respuestas de los entrevistados inquietan. Son ellos quienes nos vienen hablando de sus trabajos, sus enfermedades y las costumbres que defienden pero ya están perdidas. Y ellos mismos niegan la existencia de la felicidad como un absoluto.
Considerando que Cuba es tan asociada con la alegría caribeña, estas negativas sorprenden. Además el contexto histórico apenas está mencionado e ilustrado con fotos de archivo, por lo que no esperaríamos que la obra vire a estos paraderos de una felicidad incierta.
Sorprende más todavía cuando el documental apenas bordea lo traumático del pasado revolucionario con un entrevistado que por decisión propia, no aparece en escena. Esto nos sugiere que las secuelas históricas siguen siendo vistas como un fantasma minoritario del que apenas intuimos su efecto. Si consideramos otro detalle de los fondos donde están los entrevistados, las crisis se vuelven más visibles en la obra. Casi todos los que hablan tienen una pared detrás, como contenidos o cercados no por lo que dicen, pero sí por su contexto.
Ahora, todo esto se intuye en el nivel visual pero se difumina en el sonoro. La recurrencia de música, cantos de pájaros y tantas voces hace que se confunda la fuerza simbólica de estos planos. Incluso cuando el diseño de sonido opta brevemente por el silencio y graba la fisonomía de sus entrevistados luego de mencionar la muerte del ex líder Fidel Castro, tal decisión dura demasiado poco como para sugerir un descanso auditivo.
Por momentos, parece difícil sacudirse la impresión de que Nacci está haciendo turismo de los logros revolucionarios. Aún si esta es su búsqueda, válida más allá de irresponsabilidades históricas; hay escenas donde se siente un interés genuino por las raíces de sus padres, origen que él mismo menciona como narrador.