"Los cinco diablos": una chica con olfato
A partir de una mixtura entre psicología y superstición, que la directora balancea de forma precisa, la película trenza las historias de sus personajes, entreverando conflictos personales con traumas colectivos.
Cuando alguien posee la capacidad de conectar con niveles de la realidad que exceden lo sensible –si es que tal cosa es posible—, se zanja la cuestión atribuyendo dicha facultad a un sexto sentido. Esto sucede tanto en el mundo real como en ese multiverso cotidiano conocido como “el cine”, dimensión paralela dentro del cual se mantendrá este texto para no complicar (más) las cosas. También puede ocurrir que sea uno de los cinco sentidos de los que gozan la mayoría de las personas el que funcione como un portal hacia esos planos divergentes de la consciencia. Es lo que ocurre en Los cinco diablos, segundo trabajo de la francesa Léa Mysius, con la pequeña Vicky, una nena de 10 años dueña de un olfato súper desarrollado que le permite reconocer personas, objetos y lugares solo por el olor.
Suele decirse que el olfato, como ninguno de los otros cuatro sentidos, es capaz de transportar a las personas a lugares o situaciones distantes en el tiempo y el espacio, pero arraigadas con fuerza en la memoria, aunque no siempre en un plano consciente. Y algo de eso hay en esa capacidad innata que Vicky se ha encargado de potenciar. Solo que la película toma esa referencia de forma literal, para llevarla todavía más lejos a partir de un dispositivo fantástico. La niña, hija del matrimonio mixto que integran Joanne y Jimmy (ella es blanca y él negro), esconde en su cuarto diversos objetos a los que clasifica por su olor en frascos rotulados. Pero las etiquetas no hacen referencia al objeto guardado, sino a aquello que su olor evoca en su complejo archivo olfativo. Entre esos frascos hay un par, rotulados como “Mamá 1” y “Mamá 2”, en los que ella guarda los restos de la crema de ordeñe con los que Joanne se unta el cuerpo para poder nadar en el lago helado del pueblo alpino en el que viven.
A partir de una mixtura entre psicología y superstición, que la directora balancea de forma precisa, Los cinco diablos trenza las historias de sus personajes principales, entreverando también los traumas colectivos y personales que interfieren en los vínculos emotivos que se tejen entre ellos. A los tres miembros de la familia hay que sumarle a Nadine, una amiga de la infancia de Joanne con la que trabajan en el natatorio del pueblo, que lleva sobre su piel las marcas que el fuego le dejó en un confuso incendio ocurrido varios años antes de que Vicky naciera. Y a Julia, hermana de Jimmy, que regresa al pueblo luego de más de diez años de ausencia, pero que por alguna razón Joanne rechaza. A partir de oler un misterioso líquido que la recién llegada guarda en la cartera (y que la niña roba para poder conservar el olor de su desconocida tía, a la que desprecia siguiendo el ejemplo materno), Vicky caerá en breves desmayos que la transportan a momentos del pasado que forman parte de la memoria de los otros, en especial de Joanne y Julia. Dispositivo que además funciona como un recurso narrativo ingenioso para integrar los flashbacks al relato.
Los cinco diablos admite diversos puntos de vista y tanto puede ser abordada como un drama familiar, como un coming of age algo retorcido, o como un relato fantástico que incluye viajes en el tiempo, brujería y hasta breves momentos muy cercanos al terror. Resulta asombroso como la película funciona bien en cualquiera de estos registros. Una de las claves está en el carácter alegórico de los elementos fantásticos que enriquecen un abordaje realista. Así, la brujería no sería más que el modo en que un niño intenta intervenir sobre los adultos, para alcanzar el capricho de hacer que el mundo coincida con sus deseos. De igual modo, las incursiones en el pasado de su madre son una gran herramienta para ilustrar la forma en que la percepción de los hijos es moldeada por el punto de vista de los padres. Pero si todo esto resulta positivo es por la forma en que Mysius lo utiliza para mantener en estado plástico las emociones de sus personajes, que, conociendo su propio dolor, serán capaces de empatizar con el ajeno.