Una mujer divisa su futuro entre las llamas de un incendio. Esa idea funciona como preámbulo de Los cinco diablos, segunda película de Léa Mysius, directora francesa que ya había asomado a la luz pública con su debut en Ava (2017), premiada en la Semana de la Crítica en Cannes y convertida en un inesperado éxito en su país (está disponible en Mubi).
Guionista de directores como Arnaud Desplechin, André Techiné, Jacques Audiard y Claire Denis, Mysius vuelve a ser reconocida en el festival francés con Los cinco diablos, esta vez en la Quincena de Realizadores de 2022, donde se afirma con una mirada propia sobre las relaciones entre madres e hijas, las tensiones raciales en la sociedad francesa y el mundo de los sentidos como fructífero camino hacia la creación. Filmando en 35 milímetros con texturas que cristalizan los contrastes de la luz y la oscuridad, el espesor del pasaje y la magia que aguarda bajo el registro de la realidad, la directora consigue capturar aquello que parece ajeno al cine, la memoria escondida en los olores y las fantasías que agitan a sus personajes, en el caos que preludia a toda pasión.
A sus ocho años, Vicky (Sally Dramé) vive con sus padres en un pequeño pueblo bajo la silueta de los Alpes franceses. Joanne (Adèle Exarchopoulos), su madre, fue una promisoria gimnasta en su adolescencia y hoy es guardavidas e instructora de natación, explorando su anhelo de trascendencia en sus travesías por el lago helado de la región. Hostigada por sus compañeros de colegio debido a su color de piel, Vicky recoge en pequeños frascos fragmentos de un mundo privado, secreto y resistente a las agresiones. Los olores que atesora, esquivos y peligrosos, resultan pequeños puentes a la memoria de sus poseedores. Es el olor de su madre el que conserva con mayor cuidado, el último tesoro de su colección. La intempestiva llegada de Julia (Swala Emati), la hermana de su padre que había sido desterrada del pueblo hacía diez años, enfrenta a Vicky con nuevos aromas y descubrimientos, a extraños viajes hacia el pasado que revelan del presente su oculto significado.
Los cinco diablos recupera por fin la asombrosa potencia de una actriz como Adèle Exarchopoulos, quien había aparecido — curiosamente hace diez años- en La vida de Adèle (2013) y luego se extravió en películas que no estuvieron a su altura. Mysius explora con astucia el potencial enigmático de la expresión de la actriz ya desde la primera escena, frente a las llamas de un incendio que sintetiza el rumbo de su vida. Y luego la filma distante y algo glacial con esa hija que la venera sin entenderla del todo, que huele en su rastro un posible origen en el que sentirse más querida.
Con su extraño pendular entre presente y pasado, entre el mundo real y la magia de la imaginación infantil, Los cinco diablos recorre las distintas aristas de la relación entre una madre y una hija (eje también de Ava) y los ecos trágicos de un renunciamiento, siempre desde la misma materia de sus sentidos, esquivos como el olfato al registro cinematográfico, pero cautivos en el territorio sensible de su persistencia.