Martín Farina es un director difícil de encasillar gracias a una filmografía que alterna proyectos tan disímiles como, por ejemplo, Mujer nómade (2018) y El fulgor (2021). Si en una mostraba la vida cotidiana de la epistemóloga y ensayista Esther Díaz, deteniéndose en los puntos más relevantes de su obra filosófica y, por lo tanto, poniendo el foco en el poder de la palabra, en la otra la cámara estaba al servicio de la observación dionisíaca de los cuerpos marcados y sudorosos de dos laburantes que, durante el verano, desfilan en el carnaval de Gualeguaychú.
Su última película, Los convencidos, comparte la matriz de Mujer nómade , pero quienes hablan aquí no son académicos, sino “ciudadanos de a pie” –a excepción de uno de ellos, un dibujante que no se nombrará para evitar spoilers– que exponen sus pensamientos y opiniones con un convencimiento innegociable, como bien adelanta el título.
Una chica intenta vender las bondades de las inversiones y la educación financiera como la única manera de salir adelante; un hombre y una mujer discuten sobre la dicotomía populismo vs. liberalismo; esa misma señora recibe las enseñanzas de una escuela espiritual que propone abrazar una “conciencia integradora”; un grupo de amigos, tomando como punto de partida una película, reflexionan sobre ganancias empresariales, monopolios y las posiciones de cada uno ante ese escenario...
Dividida en capítulos dedicados a cada uno de esos debates y filmada en blanco y negro, Los convencidos hace del arte de la escucha una norma ética y estética, en tanto la puesta en escena se articula con el devenir de diálogos en los que la retórica ocupa un espacio central.
Si bien no hay un entramado dramático que justifique el orden establecido –al punto que podrían ser varios cortos “unidos” por su comunión temática–, Los convencidos consigue dar cuenta de un momento histórico donde las disputas orales están a la orden del día, convirtiéndose en un buen muestrario sobre las inquietudes y preocupaciones sociales del presente.