Suzanne, una periodista francesa cuyo rostro nunca veremos pero cuya voz escucharemos de forma permanente, llega a Buenos Aires para investigar la pista de Los Corroboradores del título, una suerte de logia secreta fundada por Carlos Pellegrini y que funcionaba en la trastienda del Jockey Club porteño. Según cuenta la leyenda, esa secta de finales del siglo XIX y principios del XX apuntaba a transformar a Buenos Aires en una suerte de nueva París: el sueño de la aristocracia local de adoptar un modelo de país basado en el de Francia.
Cual detective, la protagonista busca a un personaje clave y misterioso (un guía uruguayo llamado Martín Dressler al que muchos llaman loco y mitómano, y que le deja una grabación en un cassette), mientras recorre los principales edificios porteños que, queda demostrado, son copias de similares obras parisinas.
Entre el thriller (Suzanne, cada vez más paranoica, está convencida de que la persiguen), el falso documental (hay mucho material de archivo y testimonios a cámara de figuras como el sociólogo Carlos Altarmirano, el arquitecto Fabio Grementieri, el arquéologo Daniel Schávelzon, el historiador Gabriel DiMeglio y el crítico cultural Rafael Cippolini que le dan “entidad” a la trama) y el ensayo histórico, Los Corroboradores explora con un humor tan asordinado como absurdo aquella época en que 400 familias conservadoras dueñas del poder económico y político soñaban con una Argentina afrancesada (sueño que empezó a desvanecerse con la llegada de Hipólito Yrigoyen al poder). Cuánto hay de verdad y fabulación en todo esto es algo que el espectador deberá ir desentrañando durante los 70 minutos del film.
La apuesta tiene algunas conexiones con el cine de Mariano Llinás y Hugo Santiago, pero Bernárdez encuentra un tono propio a la hora de la reconstrucción de época (la élite contra los indeseables inmigrantes anarquistas), el análisis arquitectónico y cultural, y el ejercicio de género (la música, por ejemplo, es bien de thriller). La película es la crónica de un sueño imposible a través de una investigación imposible. Un fracaso sobre otro fracaso. Pero la película en sí es un pequeño triunfo. Y, de paso, nos permite apreciar -para los porteños que muchas veces la menospreciamos- qué linda es Buenos Aires.