Obra pensada, vivenciada, y con mucho respeto de la pertenencia
Es raro estar desde el principio… Cuando todo lo que ahora es antes no era…
Con estas poéticas palabras, y algunas pocas de gente ex pobladores, comienza “Los cuadros al sol”, otro de los documentales que se estrena esta semana.
Dueña de una fotografía y una banda sonora absolutamente evocadora, la narración se propone un recorrido imaginario por el lugar en donde antes existía un pueblo llamado Salinas Grandes; imaginario, pero demoledoramente real.
La pregunta del afiche “¿Puede desaparecer un pueblo?”, es a la vez la propuesta que Arian Frank se hace como cineasta: ir en busca de esa respuesta combinando encuadres de un importante poderío visual, con las entrevistas y testimonios de la gente con la idea de reconstruir la historia, la geografía, el diseño y por qué no, la idiosincrasia de un pueblo que ya ni siquiera es fantasma.
Conmueven algunas escenas que va llevando al espectador al lógico estado de ansiedad por saber qué pasó. Obviamente no se adelantará nada en este texto porque hay respuestas, y vale la pena esperarlas con la paciencia con la cual el director dosifica la información, gracias a una compaginación de notable factura.
Se habla mucho de las cabezas parlantes como una forma simple para explicar las imágenes o lo que no se sabe cómo mostrar. En este aspecto hay una decisión consciente porque es justamente en éstas personas, (en sus rostros, en las expresiones que marcan el paso del tiempo con un dejo de nostalgia, y en la resignación de sus voces) donde encontraremos lo más rico de este viaje por un pasado arrasado, exterminado.
Se escucha: “Hay una dimensión del hombre… el pensamiento”. Probablemente sea la mejor forma de explicar que “Los cuadros al sol” es una obra pensada, vivenciada por el realizador, y con mucho respeto por el sentido de la pertenencia a un lugar. Ese pequeño terruño al cual pertenecemos y que queda grabado a fuego en el corazón.