Los decentes: cine político, pero sin solemnidad
Hay muchas maneras de hacer cine político. Y no siempre, aunque se perfilen como estrategias recurrentes, las mejores son la solemnidad, las declamaciones o la pura evidencia. Los decentes es, a su manera -con sus singularidades, su desprejuicio y su humor a veces esquivo pero siempre mordaz- una película que sabe encontrar resonancias políticas en un argumento extravagante.
Una empleada doméstica consigue trabajo en una prototípica casa de country bonaerense y de pronto su vida pega un giro copernicano. No tanto por la aparición del arquetipo de la lucha de clases -un tópico transitado al que el film se arrima un rato y luego va abandonando de a poco, hasta desembocar en un final inesperado, explosivo y de gran potencia cinematográfica-, sino por la inteligencia para demarcar con sutileza los límites para una comunicación fluida con los que deben lidiar grupos sociales que manejan códigos y escalas de valores diferentes.
Igual que la Alicia de Lewis Carroll, Belén (gran trabajo de Iride Mockert), una mujer sumisa y apocada del conurbano, descubre en un pintoresco grupo de vecinos nudistas un mundo nuevo que la cambia por completo. No cae en un agujero, como la joven protagonista de aquella fantástica novela decimonónica. Apenas atraviesa un portón y consigue liberarse de las ataduras a las que parecía condenada por siempre, simplemente por su condición de clase.