El director de Parabellum presentó otra provocadora película sobre personajes excéntricos y las diferencias de clase como trasfondo.
Como en su opera prima, Parabellum, el realizador de origen austríaco radicado en la Argentina y formado en la FUC establece puntos de partida intrigantes para sus relatos. En aquel film era un grupo tipo secta que se entrenaba para enfrentar el fin del mundo. Aquí se trata de una comunidad nudista –también tipo secta pero de un sesgo opuesto– que está establecida hace muchos años y que ahora linda con un elegante country.
El personaje que conecta esos dos mundos es Belén, una muy tímidda y aparentemente perturbada empleada doméstica que empieza a trabajar en una de las casas del country en la que viven una señora muy burguesa con su hijo tenista. Pero la chica comienza a escuchar los ruidos que llegan desde el otro lado de la cerca y se le da por curiosear y ver que sucede allá. Al principio se impresiona –se trata de un grupo de unas 30 o 40 personas de todas las edades que practican el nudismo y filosofías de vida ligadas al placer físico–, pero luego se va integrando y liberando a partir de lo que aprende en los cursos y reuniones que allí se hacen. Pero es obvio que el conflicto entre los dos lados de la cerca en algún momento crecerá en intensidad.
Valenta Rinner, sin embargo, no utiliza este punto de partida para crear una película de suspenso convencional, sino que –como en el anterior film– prefiere dedicar más tiempo a la descripción de las costumbres y hábitos de sus peculiares grupos, aún a costa de que su relato pierda cierto ritmo narrativo. Sus temas, universos y hasta la forma de componer sus planos es bastante deudora del nuevo cine griego y de realizadores como Yorgos Lanthimos y Athina Rachel Tsangari, con un inevitable austrian touch que es más que evidente en la manera de filmar los cuerpos de las personas de la comuna.
Si bien la película por momentos bordea el trazo grueso en la pintura de ciertos personajes (los del country, por ejemplo), gracias al personaje de Belén –muy bien interpretado por Iride Mockert– Los decentes encuentra una conexión entre ambos lados de esta oposición que en los papeles puede parecer un tanto obvia (“¿quiénes son los decentes y quiénes los indecentes? “¿Los chetos o los hippies del otro lado de la cerca?”, digamos), pero que bajo la extraña y sugerente mirada de Valenta Rinner termina siendo otra cosa, algo más parecido a un enfrentamiento entre dos sistemas, entre dos formas de ver el mundo, en las que los cuerpos finalmente son los protagonistas principales.