Los universos ascépticos
El opus de Lukas Valenta Rinner plantea, desde el esquema del enfrentamiento de clase, la dinámica de las asimetrías en las que unos trabajan y otros dan órdenes. Es decir, que en el micro universo de un country, barrio privado alejado del mundanal bullicio de la realidad, el trillado esquema de la lucha de clases se agota en la prepotencia de los burgueses y el resentimiento de los asalariados. Léase: empleada doméstica (Iride Mockert) con poca experiencia consigue mediante una agencia el trabajo cama adentro con una familia acaudalada en un barrio privado. Llegada al lugar, toma de inmediato contacto con esa familia típicamente disfuncional, con hijo adolescente problemático, madre depresiva y aburrida de sí misma, no falta el padre decorativo pero proveedor.
El escape de esa pesadilla de clase solamente llega con los paseos nocturnos con un guardia de seguridad (Mariano Sayavedra) en el mismo barrio privado o aquellos momentos donde no trabaja para los ricos explotadores y encuentra solaz y esparcimiento al descubrir que, lindero al barrio privado, existe un espacio nudista, cuyos miembros variopintos y de edades diversas intentan convivir a las órdenes de una matriarca, comparten sus experiencias de vida y las prácticas de tantrismo para una mayor amplitud espiritual.
Lo interesante es que tanto el barrio privado como el espacio nudista tienen como denominador común alejarse de la realidad desde sus microuniversos auto inmunes, ascépticos, en los que todo elemento externo o anómalo implica una amenaza latente, que pone en riesgo el orden, el bienestar y la supervivencia de un grupo selecto.
El pivot entre estos dos falsos mundos es la protagonista y a partir de su interacción el film adopta una mejor propuesta en términos conceptuales y simbólicos con un desenlace coherente, más allá de ciertos momentos provocativos o no sospechados -de acuerdo a la trama- y a su nivel de convencionalismo de la primera mitad.
Con Los Decentes, alcanza, pero no sobra.