A partir de algunas premisas teatrales, situaciones que disparan la incomodidad en los actantes y los espectadores, el director Nicolás Savignone (“Hospital de día”) armó su primer largometraje de ficción “Los Desechables”(Argentina, 2012).
La película, que tuvo un estreno limitado en Rosario en 2012, posee una estructura episódica de cuatro actos en total en los que la iteración y vacuidad van conformando el espacio para que los personajes armen una red de sentido que desconcierta y condiciona.
Lo más interesante del filme es cómo se presentan situaciones simples apoyándose en el conocimiento teatral del director y el equipo actoral. En “Los Desechables” hay tres compañeros de trabajo que se creen confidentes el uno con el otro, pero que vivirán situaciones en su intimidad bastante complejas para contárselas a los demás.
Así uno se relacionará con su expareja de manera imprevista e inadecuada, otro será el objeto de vergüenza frente al snobismo de los amigos de su mujer y el último tendrá que hacerse cargo de una situación “embarazosa” con una menor de edad.
Además el trío protagónico compartirá uno de los episodios (el final) en los que deberán analizarse y juzgarse por pedido expreso del jefe de todos. Salvo en esta oportunidad, en el resto de las situaciones, las acciones se desarrollarán en espacios cerrados con la cama como vector y las pulsiones en stand by.
Los hombres que protagonizan la cinta son “desechables” porque la fortaleza radica en la construcción de los personajes femeninos, cada uno con características particulares y diferentes, que pondrá en vilo y en situaciones complicadas a los tres hombres.
La confusión del capítulo inicial, con una mujer invadiendo la vida de su ex (Fantasma), deja el espacio para un segundo episodio (casa de huésped) en el que dos mujeres interpelan a un hombre para conseguir algo.
Ya en el tercer acto (elenco inestable) otra mujer tratará a toda costa de “esconder” a su novio frente a la llegada de unos “amigos”, mientras que en el cuarto (el purgatorio) las historias planteadas anteriormente se entrelazan en un mismo espacio pero sin llegar a darle un cierre a toda la historia y a cada vivencia personal.
Esta última historia bien podría haber estado en primer lugar, como así también el resto es intercambiable, porque ya no interesa la digresión entre las mismas, sino la conectividad que se dispara desde situaciones bien planteadas y pensadas aunque registradas con cierta sencillez (planos fijos, primeros planos, planos conjuntos) que le restan potencia y ubica al filme en una puesta teatral más que cinematográfica.
Las actuaciones del equipo de actores (que también participó de la escritura del guión) es correcta, destacándose Maida Andrenacci y Francisco Benvenuti, en el episodio que protagonizan y que marca el punto más alto en una película breve, narrada con honestidad y que surge de un trabajo en equipo que puso mucha pasión para terminarla.