La película del director de “Ciudad de Dios” se centra en un encuentro y una serie de conversaciones entre el entonces papa Benedicto XVI y el futuro papa Francisco poco antes de la renuncia del primero. Tras un par de semanas en cines, llega a Netflix.
Estrenada en salas argentinas hace dos semanas y disponible desde el 20 de diciembre en Netflix, LOS DOS PAPAS es una bastante mediocre y banal película que imagina una serie de encuentros entre Jorge Bergoglio y el papa Benedicto XVI cuando ambos, por distintos motivos y circunstancias, planean renunciar a sus respectivos puestos en la Iglesia. Tomando ese encuentro como base y yendo hacia el pasado de Bergoglio en Argentina –nunca al de Ratzinger que, más allá de algunas breves cosas que él cuenta, jamás se visualiza–, la película del realizador brasileño Fernando Meirelles (CIUDAD DE DIOS) se organiza como un choque de formas de ser, de pensar y de actuar entre ambos religiosos tratando al fin de conciliar esas enormes diferencias.
La película podría pensarse como una simplista comedia dramática apta para un escenario teatral, organizada como un diálogo entre aparentes opuestos, mezclando escenas y momentos más dramáticos con otros más livianos y, si se quiere, mundanos. A eso habría que sumarle los flashbacks a la historia local de Bergoglio (Juan Minujín, en su juventud) en la que se va contando de una manera tan didáctica como simplista la historia de su vida, su relación con la Iglesia y sus supuestos traumas respecto a su rol durante la dictadura militar de 1976/1983.
Nada es sutil aquí y todo está excesivamente subrayado. Desde los argentinismos de Bergoglio (el tango y San Lorenzo, como en un constante loop) y su modo campechano y alejado de cualquier pompa y circunstancia vaticana al mal talante del solitario y áspero papa saliente. El guión de Anthony McCarten (el mismo de, ejem, BOHEMIAN RHAPSODY) se ocupa de sobrevolar todos los temas sin profundizar casi en ninguno y hace hablar a los protagonistas de cosas que ambos saben, de manera rutinariamente expositiva. Llamémoslo, “Churchsplaining” para gente que conoce poco y nada de la historia reciente de la iglesia, de Bergoglio y de su llegada al papado.
Es obvio que teniendo a dos intérpretes como Jonathan Pryce y Anthony Hopkins en los roles principales siempre habrá momentos de brillantez actoral. Pero son aislados y, en general, se oponen al texto. Son miradas, gestos, movimientos físicos. El momento acaso más dramático del film, ligado a las respectivas confesiones de ambos respecto a cosas que hicieron y de las que se culpan, tampoco logra ser demasiado convincente, especialmente el de Ratzinger por una discutible decisión formal de dejarlo fuera de campo amparándose en un supuesto secreto de confesión. Todo es demasiado rutinario, de manual, sin casi lugar para algo genuino. Los mejores momentos terminan siendo los más casuales, especialmente los ligados a las situaciones cómicas en las que se mete Bergoglio (pedir una pizza, querer comprar un pasaje de avión por su cuenta, escuchar pop, comentar fútbol y así) ligados a su falta de apego a todo tipo de formalidad y protocolo.
Una buena parte de la película funciona en forma de flashback y transcurre en la Argentina, donde también se filmó. Meirelles repasa la historia del hoy papa Francisco desde que decidió ordenarse sacerdote hasta los momentos previos a su asunción haciendo eje en su más que discutible actuación durante la dictadura. Si bien la película crece por meterse en una zona que hoy hasta el propio progresismo parece haber olvidado, también encuentra la forma de perdonarlo en base a su filosofía posterior como religioso, que parece directamente ligada a un mea culpa al respecto. Algo similar hace el guión con Ratzinger en lo que respecta al tema de los abusos sexuales en la iglesia: lo acusa de mirar para otro lado pero apresuradamente lo absuelve.
Más allá de la incomodidad que genera la lucha de acentos y de idiomas (aceptemos que es una coproducción internacional y ya, sino se hace difícil entenderlo), LOS DOS PAPAS falla en otorgarle cualquier tipo de profundidad a su relato. Los modales progresistas de Francisco (convengamos en que más que nada son modales) están exhibidos con la banal acumulación de imágenes y sentencias obvias de una publicidad o de un clip de una ONG mientras que la aún más compleja y sombría personalidad de Ratzinger se reduce aquí a hablar del aislamiento de un chico solitario y poco apegado al contacto con la gente.
Ese juego de opuestos pasa por cada detalle: la música que escuchan (Bergoglio es muy fan de los Beatles, Ratzinger apenas sabe quienes fueron), cómo se visten, cómo se relacionan con la gente y con los que trabajan para ellos, lo que comen y, fundamentalmente, cómo piensan el rol de la iglesia. Todo es bastante sabido y previsible. Y no hay nada en LOS DOS PAPAS –más allá de algunos simpáticos apuntes y la tensa química que ambos actores poseen, con Hopkins tratando siempre de hacer una mueca de más frente al medido Pryce– que aporte al cine, a la discusión teológica, al conocimiento de los personajes o la comprensión del mundo actual. LOS DOS PAPAS es una película menor que, al fin y al cabo, termina siendo casi un relato promocional de un Vaticano “humanizado”. Admitir errores y culpas en cuestiones de abusos sexuales o complicidades con las dictaduras puede ser un buen paso, pero termina siendo intrascendente si no se hace demasiado para solucionar ese tipo de cosas y se absuelve a sus protagonistas por el solo hecho de reconocer su existencia.